Por mucho que Pablo de Villota y otros insistan en encontrar lecciones de capitalismo procaz en la destitución de Guenther Steiner, la realidad no va a dejar de ser como es.
Empleo como imagen de entradilla una instantánea ya usada en Nürbu porque Steiner huele a usado en estos instantes, para lo bueno y lo malo. Ha convertido Haas en un lugar chispeante que hacía las delicias del aficionado medio y Netflix, convirtió a Grosjean y Magnussen en los Hermanos Macana, y siempre tenía a mano lo que le faltaba al Circo y le sobraba a él.
El italiano tiene eso que se llama carisma en anglosajón. Un don que hacía virtud de la flaqueza, una cercanía que entendíamos todos, que empapaba el ambiente, que nos hacía sentir que en el paddock aún quedaba sitio para nosotros, como cuando Red Bull disfrazada de Superman a David Coulthard; pero Gene (Haas) necesita algo más ahora que pretende hacer de doncella casadera ante una posible venta, y ha prescindido de su principal activo en F1 porque toca parecer serio y Guenther no da el tipo.
Tardaremos años en apreciarlo, pero con la maniobra se nos va un pedazo de Historia con mayúsculas y se difumina un poquito más el ideal de que hay promesas de amor que duran para siempre.
Steiner ha sido el suelo donde nos apoyábamos, la cordura entre tanta locura, y lo echaremos en falta aunque esté usado, vaya que sí.
Os leo.
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