Cuando voy de conquistas bélicas, a tomar una playa o una cabeza de puente, una fortaleza, un nuevo territorio que anexionar al Ducado, llevo encima abalorios que guardo celosamente cuando no se hace menester guerrear. No resulta complicado ni ponérmelos ni quitarlos porque, en cierto modo, o en todo, la situación marca el cómo y el cuándo.
Partiendo de la base de que hay una norma de obligado cumplimiento que, por aquello de su seguridad, impide a los pilotos —a todos— lucir en el cuerpo durante el desempeño de su actividad pendientes, pulseras, sortijas, collares o baratijas, resulta bastante boba la actitud que muestra Lewis en su guerrita flanderiana por poder ser quien es, ¡ahí, con dos avellanitas y un palo!
Al heptacampeón le podía haber caído un puro de no ser el heptacampeón, claro, que a otro seguro le cuesta un disgusto incumplir reiteradamente el Reglamento, y más después de haber sido apercibido de que le convenía asumir que todos significa todos y la seguridad de los pilotos es sagrada. Pero mira tú que cosas, a Hamilton le ha valido el justificante que ha extendido Toto y que su equipo se haga cargo de la bromita.
Os leo.
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