Nueva victoria de Ferrari, de esas que gustan a los puros de corazón.
Todo en su sitio, en orden, no se alarmen ustedes; aunque, hoy, quien quizá más lo merecía ha visto su sueño cremado en el altar de esas cosas que tiene Maranello con los suyos, que por la tarde regala y a la mañana siguiente cobra con intereses. Leclerc se ha impuesto a Verstappen con sangre, sudor y lágrimas, pero también con señorío, arrojo y limpieza; en una palabra: a la vieja manera, y siquiera por ver al monegasco arriba de esa castaña de podio que han parido para el Gran Premio de Austria, toca admitir que ha sido hermoso y ha merecido la pena.
Os leo.
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