No puedo con mi vida cuando leo a gurús y gente respetable de nuestro mundillo, criticar los trofeos del Gran Premio de Francia cuando, habitualmente, son ellos los que confunden diseño con decoración, forma con función, y llevan a sus lamebotas a pensar que hay cosas de las que no se puede hablar y otras sobre las que hay derecho de pernada porque sí, porque sí, como decía Calle 13.
En el Paul Ricard no te regalan un simio ni una mierda de trofeo sino una obra única, firmada y numerada, por la que dentro de unos años algún poeta del talonario puede llegar a pagar millonadas en dólares o euros. Exageraciones aparte, la de ayer, sin duda, puede arreglarle a Max la jubilación si, en un acaso, nadie supera en años posterores su acogote en duelo a primera sangre con el de Stevenage en el Paul Ricard, y, en otro suponer, el holandés anda con el agua al cuello y encuentra un especulador sobrao para el bendito gorila, pieza que recibió el de Red Bull por pulirse al heptacampeón del mundo Lewis Hamilton en las últimas vueltas a un circuito que supone el remedo pop de una reliquia como Le Castellet.
Wild Kong nació siendo agresivo y llevando un bidón de gasolina en las manos, en actitud desafiante. Elegido para representar el compromiso de la ciudad de Niza con el Gran Premio de Francia, sostuvo inicialmente un neumático Pirelli entre sus manos, para acabar gritando como una bestia con su brazos abiertos, en blanco, azul y rojo, la tricolor, Allons enfants de la Patrie, le jour de gloire est arrivé! Contre nous de la tyrannie l'étendard sanglant est levé...
Francia es chauviniste, vende lo suyo, pero en el Paul Ricard no regala un mono a los vencedores de su carrera sino tres versiones exclusivas de un Orlinski, de a 18.000 euros cada una a precio de salida en subasta, imagino, que en el principio fue el verbo pero en el siglo XXI, se ve, hay que seguir matizando.
«Tres vueltas de carnero, y flap, te fuiste por el agujero. Todos los groseros a bailar encima de lava volcánica... Súbele el volumen a la música satánica, súbele el volumen a la música satánica...»
Os leo.
Sólo me moló el de Pérez: por pequeño y por rojo.
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