Mayo y sus flores

No me quejo demasiado porque llevo tres años buscando ser lo que soy ahora mismo: uno más, ¡bingo!, y dejar las batallitas para cuando tomemos algo juntos, y recordar entonces esto o aquello o las hostias que nos cayeron por decir cosas que ahora dice todo el mundo, incluso los espesitos de mi alma.

Llevo con mucho orgullo que me recomienden seguir, leer o escuchar, a tal o cuál de esos que sé que me leen a diario, pero llevo mejor ser casi un desconocido que puede mantener conversaciones sobre técnica o aerodinámica con gente generosa que no te llama cuñao ni te manda a pintar neumáticos, o acaso, recibir llamadas preguntándome ¿cómo lo ves? Vosotros y yo sabemos de qué ha ido Nürbu todos estos años, así que no me voy a extender: se me pueden buscar las vueltas de mil y una maneras, pero jamás por odiar a un piloto.

Se juegan la vida para que nos divirtamos y, honestamente, puedo afirmar sin temor a errar que en este blog fuimos de los primeros en ajustar el foco a esta medida humana. El resto, y las medallitas consecuentes, sencillamente me importan un pimiento...

Pero a lo que vamos, si exponer lo que vi ayer domingo con aportaciones gráficas [Siempre tendremos París], le supone a alguno una manifestación de odio hacia Lewis Hamilton o el síntoma claro de cómo no he digerido que la prensa británica, Bernie y el meapilas de Ron Dennis, pusieran a los pies de los caballos al vigente Campeón del Mundo de entonces para que al final el español empatara a puntos con el novato, únicamente puedo decirle que es él quien tiene un problema gordo.

Gracias a Dios Vettel se está encargando solo, y sin que yo mueva un miserable dedo, de restañar buena parte de las heridas que llevo en la espalda como bloguero [¡Vettel, Vettel, Vettel!], incluso en su arranque como titular de Aston Martin, y sí, el asunto de hace unas horas que atañe a Hamilton es en raíz cosa de la FIA, hasta ahí ya llegamos, pero manda cojones que cada vez que interviene la institución en un lance protagonizado por el británico la balanza suela caer mayoritariamente de su lado.

La FIA yerra y el beneficiado suele ser el de Stevenage. La FIA interpreta y el premio gordo suele salir con el nombre del hijo de Anthony. La Federación jode una vistosa carrera y el problema somos los demás...

Hacéroslo mirar, ¡demonio! Y madurad de una puta vez. Claro que el meollo está en la aplicación del reglamento, pero me habría gustado preguntarle a Michael Masi dónde coño debía haberse metido Max Verstappen en la 4 de Sakhir, para que la película hubiera salido al gusto del catecismo, obteniendo así el placet federativo.

Odio no, ¡por Dios! ¡Odio no! Os leo.