viernes, 14 de diciembre de 2018

The Bentley Boys, 1928 [#24LeMans 06]


Francia tendrá muchos defectos pero entre ellos no está el no saber reconocer el mérito del contrincante, y si hay que dar pasaporte francés a un rival que lo merece, el pueblo soberano se pone en primera línea para solicitarlo, incluso si el agraciado es inglés.

Gran Bretaña está escapando tarde y lento de la alargada sombra de la I Guerra Mundial. Los problemas derivados de la independencia de Irlanda, lo extenso del territorio de ultramar, una Libra Esterlina sobrevalorada y unos sistemas de producción que no han sido modernizados a tiempo, dan lugar a que la renta per cápita en 1928 no alcanzase la cuarta parte que en 1913. Más que prisa por salir de ahí existe auténtica necesidad, aunque, como decíamos en la entrega anterior, el escenario económico mundial no lo estaba facilitando.

A Inglaterra, como al resto de naciones de la época, le quedaba el orgullo, el honor y el deporte, y aunque el fútbol ya acaparaba entonces más espacio en la prensa que las carreras de caballos y, obviamente, de motos y coches, la victoria de 1927 en La Sarthe fue hábilmente utilizada para reverdecer los laureles del Imperio, y los hombres de Walter Owen Bentley fueron recibidos en las islas como auténticos héroes de guerra, y agasajados como tales.

Lo dramático de la prueba y la gesta de los vencedores habían proporcionado un eco inesperado a los nombres Bentley y Le Mans. Así las cosas, si la inglesa aparecía como el martillo que había derrotado a Francia en su propia casa —nadie parecía dar importancia a la enorme comodidad con que sus vehículos lideraban la carrera hasta los sucesos de Maison Blanche—, Le Mans se había convertido en la localidad francesa que daba cobijo a la prueba de automovilismo más dura del mundo.

En la cartelería de 1928 aparece por primera vez la mítica composición 24 Heures du Mans, y la presencia de The Bentley Boys en pista supone el principal aliciente para que la participación aumente y la asistencia de público asegure un nuevo éxito para el circuito de La Sarthe y L'Automobile Club de l'Ouest.

El reclamo es tan fuerte que la parrilla pierde en parte su sabor francés y se diversifica con coches italianos (Itala y Alfa Romeo, éste con bandera rusa), norteamericanos (Chrysler y Stutz, bajo pabellones franceses), así como con un mayor elenco de representantes ingleses además de los Bentley (Aston Martin, Lagonda, etcétera). 41 vehículos en total, de los que tomarán la salida 32.

El trazado mantiene su cuerda original de 17'26 kilómetros y el fin de semana del 15 al 17 de junio propone meteorología agradable. Todo está listo, la victoria de los Bentley Boys se da por segura y las apuestas por los vehículos británicos se mantienen a la baja, pero los primeros giros demuestran que las 24 Horas de 1928 van a ser muy intensas y que no está nada escrito ni hay nada seguro.

Dos de los integrantes de la armada Bentley pugnan rabiosamente por doblegar al Stutz BB Blackhawk de Édouard Brisson sin conseguirlo. El dorsal número 3 no puede ayudar a sus compañeros. Tim Birkin se sale de pista con una rueda pinchada y llega a garajes como puede, para quedarse allí durante las tres horas que dura la reparación que le permite retomar la carrera. Los 4½ Litre números 2 y 4 se muestran incapaces de sostener a la bestia estadounidense, que para el anochecer ya marcha en primera posición y lidererá la noche con bastante comodidad mientras el Bentley de Benjafield se ve obligado a abandonar.

Para el amanecer sólo quedan 20 participantes en pista. A lo largo de la mañana caerán otros 3. El Bentley de Birkin y Chassagne ha tratado por todos los medios de enjugar su desventaja pero aún está lejos de la cabeza. Tanto Henry (Tim) como Jean conducen como almas que lleva el diablo durante sus respectivos relevos. Ahora sí, antes del mediodía es casi seguro que la de Crewe acabará mordiendo el polvo salvo que juegue sus cartas al todo o nada. Con el miedo en el cuerpo porque los problemas sufridos en el número 3 se han replicado en el número 4 y éste circula con el radiador tocado, se da la orden de ataque cuando casi todo está perdido.

En Bentley no saben que el Stutz no resulta tan inalcanzable como parece —el vehículo norteamericano de Société de Carrosserie Weymann lleva horas rodando con la caja de cambios en mal estado y dos marchas inutilizadas, lo que le penaliza en las curvas—, pero lo descubrirán pronto. El australiano Rubin cede el asiento a Barnato, quien cuidando la mecánica en lo posible se lanza con todo lo que tiene para cazar a Bloch. La última hora de carrera resulta electrizante y agónica. Dos coches al límite de su resistencia mecánica se disputan la victoria. En el penúltimo paso por línea de meta el Stutz sigue delante con el Bentley comiéndole literalmente los talones.

Cuando el reloj ha marcado las cuatro de la tarde del domingo, en Mulsanne ya saben quien vencerá si consigue terminar, claro, pero en la recta de meta todo es incertidumbre. El público está en pie en las gradas, expectante. Hay incluso quien ha tratado de saltar a la calzada para ver mejor aunque los gendarmes se lo han impedido. Los pilotos que ya han terminado siguen en la pista, mirando a lo lejos. En los garajes reina un silencio espeso hasta que comienzan a sonar los primeros gritos anunciando que ya se divisa al vencedor. La incredulidad deja paso al júbilo, los sombreros vuelan por los aires y la alegría se desata. Bentley, Bentley! Bentley Boys!

El Bentley 4½ Litre de Joel Woolf Barnato y Bernard Rubin ha completado la prueba habiendo dado 155 vueltas al circuito de La Sarthe. En el mismo giro (sólo contará su último paso por meta, 154) aunque en segunda posición, termina el Stutz BB Blackhawk de Robert Bloch y Édouard Brisson. Muy descolgado ya, con tan sólo 144 acumuladas, aparece en la tabla el Chrysler Six 72 de André Rossignol y Henri Stoffel.

Bentley ha vuelto a firmar una victoria para el recuerdo, pero aún no ha dicho su última palabra.

Os leo.

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