Jon Ronson, autor de ¿Es usted un psicópata? (The psychopath test), tiene otra obra de la que Grant Heslov sacó la película que da título a esta entrada: Los hombres que miraban fíjamente a las cabras (The men who stare at goats).
He leído el texto y he visionado la cinta, y no una ni dos, sino varias veces, aunque por razones que ahora no vienen al caso contar. En fin, como de costumbre, salvo raras excepciones, la crítica en general, en vez de indagar en las raíces del argumento entendió en el primer caso que era un best seller que engarzaba su trama entre lo bélico y la cultura hippie, y en el segundo, una comedia que no llegaba a ninguna parte a pesar del elenco de actores que colaboraron con Heslov.
Disculpadme que me refiera fundamentalmente al film, pero es que tengo a mano el DVD y el libro yace en las profundidades del cuarto de la Tía Rosario, en casa de mi suegra, en Las Arenas. En todo caso, imagino que la escena que voy a citar no cambiaría mucho de haberla tomado de sus páginas:
«—¿Por qué empezaron los soviéticos estos experimentos?
Pinta mal. Charlie Whiting decía ayer mismo: «Tratamos de conseguir la mayor parte de la velocidad (para 2017) a través de la adherencia de los neumáticos, confiando menos en la carga aerodinámica.» [We’re trying to get most of the speed (for 2017) through tyre grip and not rely too much on downforce].
No sé si a este paso se conseguirá matar la cabra sin tocarla, tan sólo mirándola fíjamente, como hacían en el libro y la película, lo que es seguro es que alguno de estos lumbreras acaba atravesando la pared sin necesidad de abrir la puerta.
Os leo.
«—¿Por qué empezaron los soviéticos estos experimentos?
—Bueno, Señor. Parece ser que se enteraron de nuestro intento de comunicar telepáticamente con uno de nuestros submarinos nucleares. El Nautilus; cuando estaba bajo la capa polar.
—¿Qué intento?
—No hubo tal intento. La historia fue un montaje de los franceses. Pero los rusos creen que la historia sobre la historia del montaje de los franceses, era sólo una historia, Señor.
—¿Hicieron experimentos psíquicos creyendo que nosotros hacíamos experimentos psíquicos cuando en realidad no era así?
—Sí, Señor. Pero ahora que están haciendo experimentos psíquicos, vamos a tener que hacer experimentos psíquicos… No podemos permitir que los rusos nos adelanten en el campo de lo paranormal.»
Qué tal si hablamos ahora, de un señor que ante la que está cayendo, se queja de que el presidente de la FIA no trabaja lo suficiente para la Fórmula 1: «Todt ha estado haciendo muchas otras cosas y está más interesado en seguridad vial que en el deporte. Quizá debería dejar de lado la F1 y dejar que alguien tomara esa parte de la responsabilidad en la Federación...»
Huele bien, si no fuera porque como buen dictador, Bernie no sólo es parte del problema, es el problema mismo aunque se proponga como solución.
El proveedor único de neumáticos para la Fórmula 1 desde 2011 enseñó sus cartas en el juicio a Mercedes AMG por el llamado pirelligate. Pirelli no responde ante la FIA ni ante el reglamento deportivo, porque es un agente externo que tiene contrato con el FOM (Ecclestone). Sin embargo, interfiere en el desarrollo de los campeonatos, obligando desde su posición prominente, tanto al diseño de los vehículos como a su desenvoltura en pista, vía conducción desde el habitáculo. Usurpando de paso, funciones que hasta hace poco era exclusivas de los equipos: posición y presiones de las gomas, temperaturas, arcos de camber, etcétera...
A Pirelli la elige el señor que responsabiliza a Jean Todt de la desastrosa deriva que lleva el deporte, pero de momento, seguiremos sufriéndola al menos hasta 2019 porque ha vencido a su rival Michelin, y además, disfrutando ahora de más atribuciones que antes.
Cualquiera con dos dedos de frente entendería inmediatamente que no es de recibo esta situación, en la que un agente externo que no depende de la FIA, hace y deshace al antojo de quien la ha contratado. Que incluso se permite lujos como exigir que los neumáticos alternativos sean escogidos con 14 semanas de antelación a la disputa del Gran Premio [ayer apostillé la entrada del jueves, por cierto], cuando no hay previsión meteorológica que se atreva a pronosticar a tanto futuro, ni bruja Lola que se pueda aventurar a decir, cómo funcionarán las diferentes evoluciones previstas para los monoplazas durante la temporada.
Como mínimo, la milanesa debería ser corresponsable del desastre. Su peso específico es gigantesco en la actualidad, y sus pretensiones, lejos de animar el cotarro, lo único que van a hacer es cortar las alas a la sana competición. ¿Más cautela, menos evoluciones, más velas para poner a los santos o las vírgenes...?
Pinta mal. Charlie Whiting decía ayer mismo: «Tratamos de conseguir la mayor parte de la velocidad (para 2017) a través de la adherencia de los neumáticos, confiando menos en la carga aerodinámica.» [We’re trying to get most of the speed (for 2017) through tyre grip and not rely too much on downforce].
No sé si a este paso se conseguirá matar la cabra sin tocarla, tan sólo mirándola fíjamente, como hacían en el libro y la película, lo que es seguro es que alguno de estos lumbreras acaba atravesando la pared sin necesidad de abrir la puerta.
Os leo.
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