¡Sí por mis cojones!

Os he contado más de una vez aquello de que cuando este humilde servidor era joven y aún no había leído a Nietzsche, Ángel Santamaría, su entrenador en la Deportiva Naútica de Portugalete, lo ponía como ejemplo ante sus socios de aventuras, de virtudes de las que nunca tuvo conciencia.

Fue aquella una etapa crucial para mi desarrollo como persona. Formaba parte de un equipo, la Naútica de Portu, en la que cada uno de sus componentes participaba lo mismo de los éxitos de los mejores o las chicas, que cedía un bañador o la vaselina para que las axilas de quien fuese, no enrojecieran o sangraran en mitad de la travesía por la acción del salitre. Donde era posible que el entrenador, fuese aquel barbero de generosidad inabarcable que respondía al nombre de Adrián, o el durísimo Ángel, nos jaelaran o nos abroncaran, bien por ayudar a un compañero o bien por dejarlo tirado.

Como en Los Tres Mosqueteros, cada parte era un todo y el todo era la suma de sus partes. 

Tiempos felices donde los padres apenas intervenían, donde jugábamos sin interferencias a hacernos mujeres y hombres. Donde cada conquista sabía a gloria aunque fuese desde los últimos puestos. Gonzalo con un calambre y tú, socorriéndole en mitad de las olas. Tú perdido, y Javi o Norberto, o Txema, o Ramón, desviando su ruta y malgastando sus oportunidades con tal de avisarte. Todos sirviendo a la misma causa, haciendo piña cuando venían bien dadas, o de sparrings para los holandeses del Ajax, mientras soñábamos del primero al último, que nuestro pequeño cuerpo de élite tomaría justa venganza después, a la hora del partido de waterpolo...

Es sumamente fácil pasar por hombre de equipo cuando el equipo te permite serlo. Cuando tu compañero no es una amenaza, o si lo es, lo mitiga y reduce hasta convertirlo en nada. Lo jodido es serlo cuando nadie pone reparos a que tu compinche de colores corra para sí mismo. Cuando te traen a otro piloto con la intención de que te ponga las pilas en calificación o en carrera. Entonces sí, entonces, como te descuides, te conviertes en un puñetero egoísta.

Ositos de peluche y mercadotecnia aparte, Vettel no es un hombre de equipo, por Dios. No es generoso. No puede serlo porque ha crecido entre algodones, entre Horneres y Markos que sacaron la cara por él en Turquía 2010, que le dieron el mejor alerón delantero en Gran Bretaña del mismo año, que ningunearon o escupieron a Webber en 2011 y 2012, que destruyeron los sueños de Jaime, que consintieron en que la Multi21 se convirtiese en agua de borrajas, o que la debida libertad entre pilotos by Milton Keynes que no sirvió con Mark, impidió que Ricciardo luchara por el subcampeonato en 2014.

Todo pinta bonito para el asceta. Fue un depredador y ahora es un hombre de equipo que además, habla y canta en italiano como el mejor, ya que en 2008 militó en Faenza.

Os juro por lo más sagrado que no tengo nada contra este gilipuertas que lleva dos años firmados en blanco. Pero hay cosas que me revientan. No, no podemos ser tan bobos como para tragar tanta pantomima y tanta papilla. Lo bueno que se le presupone yace bajo toneladas de suavidades impregnadas de colonia para bebé. Y cuando llora, hasta Arrivabene tiene que darle dos sopapos, como en México. A Sebastian le faltan dos hervores, o tres, y la mejor manera de resolverlo sería dejándole ser él mismo en coyunturas desfavorables.

Que aprenda, demontres, en Ferrari o en Manor. Como hemos aprendido todos. Entonces sí, entonces admitiré que es un hombre de equipo. Pero hasta que ese momento llegue, permitidme que ponga en alto el dedo corazón de mi mano derecha y os diga: ¡sí por mis cojones!

Os leo.