Vivimos tiempos convulsos que sin embargo no me perdería por nada del mundo. Hoy, por ejemplo, ha sido un día profundamente ajetreado que he comenzado a las cuatro de la madrugada y aún estoy estirando como puedo. Así y todo, confieso que me siento cansado pero satisfecho, aunque también algo inquieto porque inevitablemente se me amontonan las cosas sobre las que pretendía hablar.
Una de ellas, quizás la más llamativa de todas y por ello la primera que pretendo quitarme de encima, tiene que ver con esa dicotomía entre puristas y quejicas, que habiendo surgido de manera totalmente artificial desde el inicio mismo de la temporada, debería haber quedado zanjada ayer mismo al conocer por boca de David Coulthard que los pilotos están descontentos con la Fórmula 1 que les ha tocado vivir con el cambio de normativa.
No es nuevo y si os soy sincero, tampoco me sorprende el actual estado de cosas. Además, llevamos desde Melbourne abundando sobre el tema y sería estúpido repertirse, así que con vuestro permiso me gustaría circunscribirme a esa cabezonería loca que nos ha llevado a enrocar posiciones en el campo de batalla dialéctico y que al paso que va la cosa puede originar que de aquí a que termine todo, lejos de amainar el fuego de las baterías arrecie su virulencia porque a ver quién es el guapo que renuncia ahora a sus respectivas posiciones.
Lo he dicho hasta la saciedad y esto sí que conviene ser repetido: la Fórmula 1 es poliédrica y en tanto que muestra innumerables facetas según sea mirada por unos u otros, es lógico admitir que la fiesta vaya por barrios. Así, hay quien disfruta con el aspecto estratégico y quien lo hace con la fogosidad sobre la pista; quien adora la síntesis y quien babea con la complejidad. Los hay que se ponen literalmente cachondos en cuanto la FIA pormenoriza el diámetro de una tuerca o tal o cual ingeniero proyecta medio grado la dirección de una de las derivas que hay alojadas bajo el difusor; y por el contrario, de suyo también existen quienes sufren auténticos orgasmos porque este piloto o aquel otro aborda el ápice de una curva con inusitada delicadeza mientras la mecánica o aerodinámica de sus monoplazas le importan un pimiento...
Formamos parte de la misma familia, esta es la buena noticia. La mala es que esto cada vez más parece una cena de Nochebuena con la familia política, en la que todos esperamos a que el rey, abdicando, nos de permiso para declararnos republicanos.
Las calles se toman cualquier día y cualquier día es bueno para reivindicar nuestros anhelos. Nos hemos dado de bofetadas porque unos disfrutaban y otros nos aburríamos, pero en base a las palabras del piloto escocés y de los que antes que él señalaron el mismo problema, yo diría que ha llegado el tiempo de que hagamos borrón y cuenta nueva, saquemos el balón y restauremos aquella tregua de Navidad que en 1914, hace ahora casi 100 años, llevó a los contendientes del más sangriento enfrentamiento armado que ha conocido la humanidad, a jugar al fútbol y a intercambiar vino, cecina y rancho, whisky y cigarrillos, mientras se entonaba algún que otro villancico a cappella o acompañado con acordeón o armónica.
¿Dijiste que te aburrías? ¿Afirmaste que esto era la bomba? Bien, quedan 13 carreras y un mundo feo para muchos por cambiar...
Os leo.
Lo que le pasa a esta F1 es que no es ni república ni monarquía parlamentaria ni dictadura. Es una anarquía tutelada y manejada como una marioneta con hilos ocultos desde la sombra y no sabemos por quién/quiénes ni con qué objetivo final (esto último o nos lo imaginamos o ni el que lo hace tiene la mínima idea). Parace que las segundas décadas de los siglos últimamente tienen que ser convulsas y desordenadas, como intentando hacernos ver a los tripulantes galácticos de esta bola a la deriva que todo es mucho más sencillo de lo que nos empeñamos en pensar. Un saludete
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