No soy muy de fechas ni efemérides, bien lo sabéis, pero que hoy
precisamente cumplan años una herramienta tan volátil como Twitter y un
alma tan genuina como Ayrton Senna, me ha llevado a remarcar doble y en
rojo el 21 de marzo en mi calendario particular de cronopios y famas,
porque también, un día como el de hoy venía al mundo un amigo que al
final me resultaría el primer veneno amargo al que sobreviví.
Él fue quien me dijo hace 24 años que a los 50 no llegaría yo
habiendo escrito un libro, ni haciendo las ilustraciones que quería ni
mucho menos siendo rico, como me las prometía por aquel entonces. A
cambio de aquella traición que derivaría años después en uno de los
episodios más amargos de mi vida, yo le inmortalicé en una portada que
sé que le hizo diana, de las que a mí me gustaba hacer, of course!,
y de las que él jamás haría, y he escrito no uno sino más de una docena
y media de libros que han sido publicados, algunos sin que mi nombre
aparezca en la portada y con éste, 1.906 episodios de una historia
escrita línea a línea que algún día tendrá que terminar, pero que sin
duda será la que más grato recuerdo me dejará, por lo que he encontrado.
Lo de rico… Bueno, confieso que en 1990
imaginaba ser rico montado en mi Alpine 1.600 SI durante los domingos y
teniendo dinero suficiente y esas cosas, pero ahora que lo pienso, no lo
cambio por la infinita suerte que tengo de ser como quiero ser ahora
mismo…
Pero a lo que iba, que hoy es 21 de marzo y resulta que Ayrton cumpliría años de no haberse dejado la piel en Tamburello.
Soy de Alain y lo seguiré siendo hasta el día en que me muera, pero
el paulista nunca me ha dejado frío y he entendido siempre por qué los sennistas
le adoran, y se lo he respetado. Iría más lejos diciendo que hay que
ser un perfecto gilipuertas para negar la evidencia de que el brasileño
tenía algo especial de lo que el galo carecía: instinto natural, pero
uno ancla sus bártulos en la bahía en que mejor se ve representado y que
Prost haya sobrevivido a los años, aunque tenga a todas luces una pizca
menos de épica, me ha permitido verme a mí mismo reflejado en lo bueno y
en lo malo, en la cara y la cruz de la misma moneda, en la iluminación y
las sombras de mi propia existencia.
Villeneuve y Senna tuvieron la fortuna de quemarse como las polillas,
en el cénit de sus respectivas e incomparables carreras, pero a Prost
le ha quedado por delante eso tan feo de sobrellevarse con el transcurso
de los años, y cuando uno calza cincuenta y cuatro edades valora más la
permanencia que el éxito, por cuanto la primera, nos permite tasarnos
mejor como seres humanos al contemplar también nuestras flaquezas y
servidumbres inconfesables en el cómputo final.
Sea como fuere, hoy Ayrton habría cumplido la edad que tengo ahora
mismo (le llevo tan solo unos meses, de agosto del año anterior a marzo
del corriente), pero maldigo la hora en que la Fórmula 1 le recuerda a
estas horas, porque de seguir en pie y en activo, un suponer, el
paulista habría caído abatido entre tanto botón en el volante y tanta
radio, porque el instinto, el suyo en concreto, se amplificaba en la
sencillez y en el silencio.
Pensaba solo, actuaba solo, respondía solo y solo luchaba contra el
cronómetro y contra la vida misma. La soledad era su muro, su infinita
grandeza y también su horizonte. Él y su vehículo, endemoniadamente
solos los dos, en Donnington Park, en Suzuka o en Imola, sin necesidad
de tener que cumplir con la regla que acota en 140 caracteres la
posibilidad de ser comprensible.
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