El debate sobre la función actual de los pilotos sigue ganando
intensidad. Si cada vez hay más voces que alertan sobre la merma en la
conducción que supone tener que estar atento además de a lo que sucede
en pista, a un volante que ha cobrado mayor complejidad, también
arrecian los comentarios que en sentido contrario, sustantivan el enorme
esfuerzo que hace el hombre dentro del habitáculo de los modernos
monoplazas.
Nadie, que yo sepa, al menos en esta bitácora, ha quitado valor al
trabajo que realizan actualmente los pilotos de Fórmula 1, lo que sí he
señalado y desde hace mucho, mucho tiempo, es el riesgo que corremos
como deporte consintiendo que a los pilotos se los convierta en meros
gestores de lo que se pretende desde las escuderías, porque eso, desde
mi humilde experiencia, siempre ha tenido que ver más con la Resistencia
que con la F1.
Obviamente puedo estar equivocado, pero
dado el reiterado interés que muestran los equipos y los responsables
del entramado en recordarnos cada cierto tiempo que tal o cual piloto se
parece a Fangio o a Senna, o que tal o cual ingeniero es mejor o está a
la altura nada menos que de Colin Chapman o Gordon Murray, me temo que
con esto de la gestión puede estar pasando lo mismo que con lo del
demonio espectáculo, que está sirviendo de excusa para que traguemos con
un escenario que en sentido estricto, jamás debería haber sido tocado.
Dicho esto, entiendo el nivel de complejidad que hemos alcanzado y
por supuesto que a los pilotos les haya tocado adecuarse a ella, pero de
ahí a decir que las supuestas ayudas que reciben les permiten trabajar
como hacían sus mayores me parece sencillamente un contradiós.
El conductor actual está más entretenido que hace unas décadas porque
tiene que responder a más responsabilidades y por tanto, dispone de
menos tiempo y espacio para pilotar su bólido en aras de
llevarlo a la meta y producir mientras tanto en el espectador,
sensaciones que hacían vibrar a este hace no tanto. Esto que digo es de
perogrullo, una simple regla de tres. Cuantas más variables hay que
atender dentro del habitáculo, menos atención se presta al circuito, a
los rivales y por supuesto a las condiciones de carrera, y lógicamente
hace falta la intervención de una radio como apoyo a la que por
supuesto, también hay que atender.
Atender, atender, atender… ¿Estamos ayudando realmente al piloto? Yo
diría que le estamos jodiendo la vida con tanta distracción porque le
impedimos que se equivoque o acierte en sus estimaciones, circunstancia
estrictamente personal que a lo largo de nuestra historia deportiva nos
ha permitido saborear grandes momentos mientras de paso servía de
proceso natural de destilación en el que cómo no, encontrábamos a
grandes figuras o auténticos necios, que de todo ha habido en la viña
del Señor.
Al paso que vamos, acabaremos babeando ante fenómenos como los que
nos ofrece el otro circo del que el nuestro toma su nombre, ya que un
chimpancé también puede hacer volar cinco bolos en el aire sin que
ninguno toque el suelo, una vez ha interiorizado el mecanismo que lo
hace posible. Es una actividad compleja, sin duda, ya que no está al
alcance de cualquiera, que podría ser llevada a un mayor grado de
complicación incorporando al espectáculo más objetos o haciendo bailar
al ejecutante sobre un balón de goma mientras desarrolla su número, pero
el chimpacé nunca podrá improvisar porque está atado a una rutina que
hace posible que finalizada con éxito, el público le aplauda y el
domador le premie con una banana o un cacahuete.
¿Dónde está el piloto ahora mismo? Pienso que preso de una rutina
llena de botoncitos y órdenes en la que apenas hay espacio para él mismo
y para que llegado el caso improvise porque gestionar un vehículo, lo
llamemos como lo llamemos, no es lo mismo que conducirlo como hiciera
Fangio en Nürburgring 1957, por ejemplo. Y sí, el chueco y
Rosberg el domingo pasado tenían parecidas instrucciones en cuanto a
resolver sus pruebas, pero admitamos de una vez que entre uno y otro
existe a día de hoy una zanja insalvable.
Así que tal vez lo mejor sea que nos dejemos de trazar puentes con un pasado que no reconoce en este presente ni
la madre que lo parió, o en su caso, aceptemos que aunque a lo de ahora
también lo llamamos Fórmula 1, es mejor no tocar algunas de sus cuerdas
porque sencilllamente no aguantan las comparaciones.
Precisamente esa diferencia tecnológica es la que impide poder comparar pilotos de distintas épocas. Pero hay una cosa que me hace mucha gracia viendo la deriva de esta competición: Por un lado los motores se tienen que parecer a los de calle, para atraer a más fabricantes por lo visto, para que la F1 vuelva a ser un laboratorio de ideas exportables a la gran producción. La seguridad de los pilotos y de todos los intervinientes es otra bandera que ondean loablemente los legisladores de la materia. Y la incongruencia aparece precisamente cuando tanta tecnología despista al piloto de su trabajo principal: En la carretera nos multan por consultar gadgets electrónicos como gps, hablar por teléfono, mirar a tu acompañante,beber, etc y nos instan a prestar toda la atención y no despistarnos con la radio, conversaciones acaloradas, etc mientras que en las carreras es todo lo contrario. Si quieren dar ejemplo se están luciendo en este sentido.
ResponderEliminar