miércoles, 12 de febrero de 2014

Stella [Reprise]


Hacía mucho que no me ponía a los mandos de mi A10. Lo había dejado arrinconado en el hangar pensado en que tal vez el Super Hind me produciría el mismo tipo de vértigo y sensaciones, pero no, está visto que no, el helicóptero ruso no llega ni a la altura de los talones del anticarro estadounidense en eso de ponerme el estómago en la boca.

Ando revoltoso de un tiempo a esta parte, sé que lo sabéis pero tenía que decirlo, como si mis entrañas contuvieran a duras penas una ciclogénesis explosiva de esas que azotan mis atardeceres y mis brumas matutinas. Me percibo en cierto modo raro aunque aún reconocible, juguetón como digo, pero por primera vez en mucho tiempo siento que mi mano sostiene la sartén bien cogida por el mango. Ayer, por ejemplo, gané a mis triglicéricos por goleada y aunque mi colesterol bueno anda pelín bajo por el exceso de trabajo y porque mis musas no son de esas que se sientan a esperar qué tal de bonitos van los resultados, mi doctora me dijo que no quiere verme hasta el año que viene, lo que en vulgar paladino quiere decir más o menos, que sigo estando estando capacitado para remar y remar al menos durante doce meses más.

Quería contároslo con Pavarotti de fondo. No todo van a ser dramas formuleros, sesudos análisis u opiniones, o acaso, elaboraciones más o menos metafísicas sobre una afición como otra cualquiera. Hay vida más allá de todo esto. Entre cada mañana y cada noche, entre que nos acostamos y nos despertamos al día siguiente, en definitiva, entre que pensamos cómo pagaremos tal o cual factura y tenemos por fin conciencia de que si hemos aguantado todo lo que nos ha caído encima hasta el momento, sobreviremos así nos mire Helmut Marko en Corea.

La noche permanece inmaculada sobre Gorliz. Se ven las estrellas y se puede oler el Cantábrico y su salitre y sus olas batiendo la arena de la playa, en la bahía. Pero mi alma vaga lejos a estas horas, en vuelo bajo y a buena velocidad, rozando con las alas los mares de trigo que se pueden divisar desde las ventanillas de un Ibiza azul en el que un niño y una madre recitan y aprenden, camino del colegio, la letra de una canción que llevo tallada en los huesos.

Así de simple y así de complejo. Sorteamos el hoy para enfrentarnos al mañana con todo lo que hemos aprendido y queremos por mochila, lo demás no cuenta.

Arriba, en casa, he invertido mis últimos minutos antes de bajar a escribir estas líneas en empaparme de mi pequeña Eileen, de su vitalidad y alegría de cachorro que piensa que con mi presencia basta para que su mundo sea perfecto y tan circular, que no cabe ninguna cuadratura. ¿Qué sabe ella que no sé yo? Pagaría por conocerlo, lo juro, pero intuyo que quizás su infinita sabiduría consiste solo en saber que en esencia, todos buscamos la felicidad aunque los humanos tendamos a tasarla demasiado cara.

No os aburro más. Es tarde y mañana hay que madrugar para pillar a las musas con la guardia baja y poder así doblegarlas. Me voy a la piltra, tened dulces sueños donde quiera que estéis.

Os leo.

4 comentarios:

  1. Nada de aburrimiento , un placer leerte (aunque no sea de F1...)
    1 saludo

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  2. Estupendo texto. Dan ganas de marchar al norte para oler el Cantábrico. Y de paso zamparse unas alubias.

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  3. Por cierto, leo por ahí que los pilotos están sorpendidos por el par de los monoplazas este año a bajo régimen. Se prevén trompos a tutiplen en mojado y yo preveo testículos en la garganta mientras abordan Eau Rouge. Veremos qué pasa.

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  4. Un relato precioso el que nos narras hoy. de un hombre que en el fondo se siente feliz y muy orgulloso de su vida en general. Si yopudiera decir tres cuartos de lo mismo. todavía no he perdido la oportunidad de coger el tren en marcha!!!

    Un abrazo.

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