La salida suele ser uno de los momentos más interesantes de los
Grandes Premios, al menos de los de la última etapa de nuestro deporte,
ya que acostumbrados a que a partir de la quinta vuelta empiece a no
suceder nada, en justa correspondencia hay quienes se ponen delante del
televisor tan solo cinco o diez minutos con auténtica atención, para a
renglón seguido comenzar a hacer otras cosas, incluso echar una
cabezadita mientras los monoplazas discurren sobre la pista.
Esta aparente tontería como la copa de un pino no es baladí en
absoluto, pues ha originado durante los últimos años una serie de
movimientos federativos encaminados teóricamente a mantener la atención
del aficionado a lo largo de la carrera a base, fundamentalmente, de
establecer una duración concreta para las gomas y la obligación de usar
dos tipos diferentes de compuestos (artificialidad que se materializa en
los pit stops), que sin embargo, lo que ha hecho ha sido
trasladar la importancia sobre la pista del binomio piloto/máquina al
muro del equipo, generando lo que hoy denominamos ampulosamente estrategia, como si nunca antes hubiese existido.
Digo que en la actualidad llamamos a eso
estrategia y me cachondeo un poco, porque el cálculo de posibilidades y
la valoración de las oportunidades propias y del vehículo es
consustancial a la competición de bólidos y por tanto, a la Fórmula 1
también, aunque evidentemente resulta a todas luces difícil de apreciar
desde la óptica preeminente que otorga un valor superior a la labor de
esa parte concreta del equipo que es el wall, frente a la del hombre.
Como hoy no toca hablar de comparaciones odiosas entre las actuales
estrategias y las antiguas, vuelvo al asunto de las salidas porque
curiosamente, son el momento de la prueba en que el moderno esquema
impuesto por las escuderías, la federación y Bernie, se rompe.
Las arrancadas son instantes tensos. El muro calla recién terminada
la vuelta de instalación y mientras el semáforo se pone en verde se
mastica el silencio y todo es concentración en grado supremo. El piloto
es el rey del mambo sobre su monoplaza. No importa qué lugar ocupe en la
parrilla, puede hacerlo y sin duda va a intentarlo. Luchará con quien
tenga detrás, al lado o delante, buscará huecos y los encontrará en los
lugares más insospechados con tal de ganar unos metros, jugándoselo todo
a su temple y arrojo y a los posibles errores de los rivales…
¿Cómo no nos iban a gustar a los aficionados las salidas si son el
espacio más democrático, tradicional y antiguo de la Fórmula 1?
Cualquiera puede meter la pata y cualquiera puede dar un susto, por eso
mismo el wall guarda silencio, porque sabe perfectamente que esos
instantes son en extremo cruciales y dependen fundamentalmente del
individuo que sujeta el volante en el habitáculo y mira más allá de la
visera de su casco.
Pasados los primeros compases de la carrera, el muro vuelve a tomar
el mando. Crepitan las radios vomitando instrucciones y quien más y
quien menos, se prepara en casa para ir dorando la tortilla de patata,
para hacer un pis o para volcarse en cuerpo y alma en Twitter (a veces
yo aprovecho para leer a Cortázar), simplemente porque la moderna
estrategia manda y se hace totalmente necesaria una catarata indigesta
de datos para entender qué coño se cuece en la pista…
Pues, amigo Jose, quizás esté en este megacontrol absoluto sobre la mecánica del coche y los azares de la pista donde más se diferencia esta F1 de la otra, en la que el asunto se dirimía entre pilotos,competidores, sus habilidades y sus sensaciones. Ahora que cada vez hay menos "sensaciones" y más certezas, con esta F1 tan tecnificada, informatizada y monitorizada, ahora es el momento de pedir una vuelta a la competición más pura... o leer a los clásicos más allá de la vuelta 5... Un saludo
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