Han comenzado a despertar a Michael y ya tenemos quinielas para todos
los gustos, aunque gana la abonada a la fatalidad porque el pesimismo,
en esta sociedad en que vivimos, siempre ha tenido más adeptos y ha
permitido fardar más que el optimismo.
La familia del Kaiser sigue pidiendo respeto y ruega que se deje
trabajar a los galenos, pero a pesar de los pesares, siguen
trascendiendo noticias parciales que con el ánimo de calmar a los
numerosos aficionados que sienten preocupación por la salud del
heptacampeón del mundo, sirven a su vez como leña para las
especulaciones y cómo no, para rellenar el espacio baldío que ha dejado
la Fórmula 1 tras su paso por Jerez.
La F1 era escueta en su comunicado
de hace unos días y tras publicarse, poco a poco hemos ido conociendo
(es un decir) más particularidades de ese lento paso del estado de coma
inducido a la plena vigilia en el que está inmerso Schumacher. Han
pasado seis semanas desde su accidente y la prisa por percibir
resultados se ha notado casi desde el primer momento, pero cumplido el
mes, las informaciones ya apuntaban a una recuperación lenta, costosa, y
a la enorme cantidad de riesgos que podía conllevar, es decir, que hace
al menos dos semanas ya sabíamos a lo que nos íbamos a enfrentar.
Llegados a este punto, yo mismo podría sumarme a esa corriente de
opinión que apuesta en estos momentos porque Michael quede de por vida
postrado en cama, o aquella otra que insinúa para el futuro del alemán
un horizonte en silla de ruedas y con absoluta dependencia de los que le
rodean, pero no me da la gana tasar tan baja la esperanza porque a mí,
personalmente, no me hace falta que el Kaiser vuelva a los circuitos o a
conducir coches espectaculares, me basta con que salga de ésta y siga
vivo para intentar de nuevo ser feliz, que seguro que lo consigue. Y si
por un casual los malos augurios yerran de nuevo, como erraron con
Robert Kubica, por ejemplo, tampoco me sentiré defraudado, lo juro.
Quiero decir con todo esto que solemos precipitarnos en la valoración
del ser humano y que a mi modo de ver, lo estamos haciendo en estos
instantes. Schumacher es algo más que su imagen pública, sus siete
campeonatos del mundo, un montón de victorias y de récords, y por
supuesto, una parte indispensable de la historia de nuestro deporte.
Michael es un hombre que ha vivido y sigue viviendo más allá de los
trazados y los Grandes Premios, al que presupongo afanes y
preocupaciones muy similares al común de los mortales aunque su aureola
de éxito las haya distorsionado a nuestros ojos.
Ese hombre es el que me preocupa, no el ídolo, y es ese ser humano en
concreto el que está luchando ahora mismo en condiciones difíciles
porque el otro, recordémoslo, colgó los guantes y el casco a finales de
2012.
Antes de ponerme a escribir estas líneas he recordado también al
tristemente desaparecido Philip Seymour Hoffman cuando en su impagable
interpretación de agente de la CIA en la película Charlie Wilson’s War,
le cuenta a Tom Hanks la fábula del maestro Zen para insinuarle que el
resultado de las cosas solo se puede conocer con certeza cuando se puede
valorar con perspectiva.
El maestro Zen contestaba a cualquier pregunta «el tiempo dirá», y acertaba siempre.
Os leo.
Hablar bien no vende en este mundo de morbosos, desde la humildad y la admiracion y respeto k siento por este gran campeon, solo decir k espero su pronta y total recuperacion y como dijo Jean Alesi en su comunicado, espero volver a verlo sentado en un coche d carreras sea el k sea ANIMO CAMPEON!!
ResponderEliminarEspero volver a ver al kaiser este año visitando algún circuito en el trascurso de un GP. Aunque le queden secuelas ya se encargará él de reducirlas. Siempre tuvo una gran forma física y no en vano fue el primer piloto en tomarse en serio la preparación física, nada que ver con los pilotos de antaño, cuyos culos no cabían en el cockpitt cuando volvían de las vacaciones (Mansell, Montoya, Hakkinen).
ResponderEliminarEs una situación triste, pero desde luego debemos conservar las esperanzas siempre...
ResponderEliminarUn abrazo.