Todavía es pronto para concretar más, pero lo cierto es que hay una
cierta previsión de agua sobre el circuito de Silverstone para el fin de
semana en que se disputará el Gran Premio de Gran Bretaña, léase:
dentro de 9 días.
El agua acarrea ciertos problemas pero tiene sus notables virtudes,
unas más nobles que otras, sobre todo en la Fórmula 1 moderna, ya que
supone un terreno abonado para que por encima de las máquinas veamos la
capacidad de los hombres que las conducen. Ocurrió en Canadá hace una
semana y media, bueno, casi dos, cuando Valtteri Bottas sobre un FW35
que falla más que una escopeta de feria, logró colarse en la Q2 y
terminar la Q3 en tercera posición, por detrás de Sebastian Vettel y
Lewis Hamilton y por delante de Nico Rosberg y Mark Webber.
Espejismo o no, el hecho incuestionable es que en un escenario en el que los monoplazas necesitan ser pilotados,
el jovencísimo finlandés de Williams superaba a su vehículo, lo
dominaba y lo metía en un lugar que la de Grove tiene más que olvidado,
los primeros puestos de parrilla, nada menos que codeándose con los Red
Bull y los Mercedes AMG. Es una circuntancia que puede ser considerada
baladí porque ya se sabe que con agua sobra la pista todo resulta un poco lotería,
pero ahí queda el dato de un hombre al que normalmente hay que buscar
en el fondo de las tablas de tiempos para recordar que existe, consigue
sacar la cabeza en cuanto dispone de una miserable oportunidad para
mostrar la indudable calidad que tiene.
Lo he dicho en más de una ocasión y me apetece repetirlo: me gustan
las pruebas disputadas sobre suelo mojado y bajo las inclemencias del
tiempo. No me refiero a aquella tontería que insinuó Bernie Ecclestone
hace no tanto, a cuenta de la posibilidad de regar las pistas de los
trazados con aspersores, sino a disfrutar de la conducción de los
pilotos de carrera bajo la lluvia que amanina o arrecia según qué zona
del circuito se transita, a cómo pasan de veloces sobre el líquido
elemento que se ha acumulado en las cercanías de los pianos, a cómo
buscan el carril menos anegado, a cómo controlan el vehículo para no
meterlo en un trompo.
Con un fondo plano más elevado con respecto al suelo que cuando se
corre sobre seco, los alerones cobran vital importancia. Sin DRS
(inhabilitado por normativa bajo condiciones de lluvia), es el piloto el
que busca a su rival y lo encuentra y lo sobrepasa jugándose el tipo.
Incluso el KERS necesita algo más de mimo. Se ve menos delante y por los
retrovisores, se siente más el circuito y el propio monoplaza, y si hay
que ir rápido se va tirando de riñonada, conducción fina y agallas,
como en los viejos tiempos, elaborando mentalmente un plano difuso en el
que se van colocando uno a uno a todos los rivales, para intuir quién
te persigue o a quién podrás alcanzar en un par de curvas…
Todo es distinto con agua a como lo vemos cada domingo soleado, y ahí
sobresalen los auténticos temperamentos: Sebastian Vettel en Monza
2008, Nico Hulkenberg en Interlagos 2010 y hace un puñado de días,
Valtteri Bottas en Montreal.
Le ha tocado el turno al compatriota de Kimi. Lo que queda de
temporada puede resultarle igual de triste que lo que llevábamos de ella
hasta Canadá, pero en el Gilles Villenueve ha surgido una nueva
estrella en el firmamento a la que habrá que seguir la pista, siquiera
por saber si Valtteri sería capaz de hacerlo igual de bien o incluso
mejor, con un coche que no dependa tanto de las cosas que precisamente
en el circuito canadiense, dejaron de tener importancia porque el agua
había dictado su suerte.
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