No me cansaré de repetirlo, pero esta temporada es una de las peor planificadas que recuerdo. Por un lado tenemos lo del año puente,
un intermedio entre 2012 y 2014 que por falta de previsión de la FIA,
se ha convertido en un estiramiento del año pasado que dará de sí lo que
dé, a la espera eso sí, de que unas escuderías u otras decidan que hasta aquí hemos llegado,
y que toca meterse en faena con el coche del año que viene. Y por otro,
y no menos importante, los agujeros en el calendario, que son tan
abundantes que entre carrera y carrera cabe narrar una pretemporada
completa.
Así las cosas, si ya resultaba bastante indigesto el mes de
vacaciones que se mete la parrilla por aquello de ahorrar en el
chocolate del loro en mitad de verano, esta sesión no hilvanamos mes sin
desierto, y esto que digo, lleva pareja la afloración de cualquier
chuminada que al poco es elevada a rango de razón de estado con
la que los aficionados de uno u otro bando (siempre hay bandos, incluso
en ésto), juegan a darse mamporrazos dialécticos por ver quién lleva
una razón que en el fondo, no lleva ninguno o la llevan todos.
Y en esto estamos, cuando recapitulando
me he dado cuenta de que he hablado más de Pirelli, la FIA, la FIA y
Pirelli, Pirelli y la madre que la parió, etcétera, que incluso de
Helmut Marko y Bernie Ecclestone —valores seguros para levantar un blog
desde que desapareciera Max Mosley (el británico era oro molido para
esto, hay que reconocerlo), a los que recurro yo también de cuando en
cuando—. Por descontado asumo que he hablado poco de pilotos y de
pruebas, y menos aún de técnica, y no me sonrojo por ello ya que me
consta que no soy el único, aunque la cosa cansa, porque si esto fuera
fútbol, por ejemplo, supondría ni más ni menos que la empresa que
confecciona el balón y la UEFA, ocuparían más espacio en los medios y
tiempo entre los aficionados, que la competición misma.
Sea como fuere, el ambiente está bastante enrarecido, y no por falta
de sustos, sino porque ha calado la sensación de que todo está visto y
bien visto, como si viviéramos el día de la marmota que protagonizó Bill Murray en «Atrapado en el tiempo» (Groundhog Day).
Mañana mismo, sin ir más lejos, el Tribunal Internacional de la FIA
juzga a Mercedes AMG por las pruebas realizadas después de la disputa
del Gran Premio de España, y la cosa, que otros años habría movilizado a
treinta y dos abogados, cien pasantes, y habría llevado hasta La Plaçe de La Concorde a la cúpula mayor de Daimler, va a ser resuelta a pelo por Ross Brawn, sin tan siquiera un ayudante que le lleve el portafolios…
¿Cabe mayor deterioro? Yo juraría que no. La FIA, tan pulcra ella,
que se tomó quince días para dilucidar si empapelaba o no a Mercedes
AMG, que recurrió a meter a Ferrari en el fregao, que con
nocturnidad y alevosía comunicó al populacho que sobreseía la causa
neonata sobre la de Maranello y pasaba a la de Brackley al Tribunal
Internacional sin que Pirelli se viese afectada, no se merecería un
corte de mangas como el que le va a hacer Ross Brawn mañana antes las
cámaras de medio mundo, en París, sino fuera porque ella misma se ha
perdido el respeto.
En fin, que hay que ir terminando. Decía al comienzo que esta
temporada es una de las peor planificadas que recuerdo, y me refería a
los estrictamente deportivo, porque doy por seguro que todas estas
idioteces que estamos sufriendo han tenido que salir de alguna de las
mentes brillantes que manejan el cotarro, mientras a la Fórmula 1 la dan
un poco por el saco, o mucho, quién sabe. En todo caso, me gustaría
acabar estas líneas mirando a la cara al deporte que hicieron brillar
tipos como los argentinos Juan Manuel Fangio o José Froilán González,
recientemente fallecido, o Gilles, Ayrton o Alain, por citar un puñado
de ellos, y acariciarla mientras le dijo con media sonrisa: y yo, que te quiero tanto…
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