Leo que Sebastien Buemi continuará como piloto reserva en Red Bull y
me pregunto qué significado tiene que lo hayan renovado cuando el
banquillo sigue estando tan frío.
Los pilotos conducen o dejan de ser pilotos. Nos lo mostró Luca
Badoer cuando tuvo que lidiar con el marrón de tener que sustituir a
Felipe Massa tras el accidente del paulista en Hungaroring, en 2009,
cuando un muelle del Brawn GP001 de Rubinho lo cazó en vuelta lanzada
para casi romperle la crisma.
Así las cosas, Luca ha pasado a engrosar
nuestros recuerdos, no como el piloto que condujo para Lola-Ferrari
(embrión de Minardi) consiguiendo un meritorio séptimo puesto en el año
de su estreno, durante el Gran Premio de San Marino de 1993, superando
en la sesión y en mitad de las sombras, a un Michele Alboreto que
apuntaba ya hacia su retiro, sino como el hazmereír rosso que
se arrastró por las pistas de Valencia y Spa en 2009, para ser
sustituido a su vez por Giancarlo Fisichella a partir de Monza, en un
intento desesperado de la de Maranello por hacer borrón y cuenta nueva y
así salvar el trago.
Injusto a todas luces, el moderno papel que tiene asignado la FIA a
los pilotos reserva, no es otro que el de calentadores de banquillo que
juegan a la Playstation entre prueba y prueba, soñando tal vez con
tenérselas que ver tiesas con la coyuntura de cumplir con la labor por
la cual los han contratado. Chupando horas y horas de simulador probando
configuraciones virtuales que se asemejan a la realidad, sí, pero que
no son lo mismo, van con el equipo donde el equipo dice pero vuelven a
casa de vacío, no como antiguamente (joder qué duro suenta ésto), porque
son los primeros en saber que una gripe o una grastroenteritis del
piloto oficial, los va a poner de pie y en pelota picada sobre la arena
del circo, para que luchen sin gladium ni tridium contra una manada de leones hambrientos ante un aforo con ansias de inclinar el pulgar señalando el suelo.
Había que ahorrar y se decidió hacerlo con el chocolate del loro: los
entrenamientos en temporada. Con las actuales medidas de seguridad, las
probabilidades de que un piloto señero deje su puesto vacante son
prácticamente nulas, salvo que concurra un percance físico o un avatar
totalmente fortuito como el que le sucedió a mi Felipe en Hungría, o
como aquél que llevó a Robert Kubica a dejarle su asiento a un
deslumbrante Sebastian al que hoy conocemos como sr. Vettel, gracias
entre otras cosas a que el de Heppenheim, por aquella época y al igual
que nuestro Pedro en McLaren, entrenaba como Dios manda: desayunando
asfalto, comiendo asfalto y cenando asfalto.
Pero los pilotos reserva visten actualmente el espectáculo y
son imprescindibles aunque lo suyo ocurra entre bambalinas, y aquí que
tenemos la familia Badoer creciendo y creciendo un año más para que
nadie diga que esta F1 no la reconoce ni la madre que la parió, a pesar
de que los suplentes que antaño soñaban con una oportunidad que les
abriera las puertas del Olimpo, vean ahora, huelan y teman ahora, la
pista y de lejos. Total, es sencillo, contratas a un tipo para que haga
bulto y recuerde épocas pasadas, y lo dejas macerar entre especias y
matas sus virtudes a fuego lento. Y cuando lo has agotado, te lo quedas
de recuerdo en el mejor de los casos, o en el peor, lo sueltas para que
viva la vida que le has robado en otra escudería, lo más lejos posible
de casa, para que allí dé tumbos, se malgaste del todo o se resarza,
pero siempre sin suponer una amenaza.
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