Valorar lo que sucede en Mercedes AMG se me hace harto complicado. Se
rescataron a sí mismos del olvido para recordarnos a todos que hubo un
tiempo en el cual la estrella de tres puntas infundía aunténtico miedo.
Tardaron algunos años en labrar la rotundidad de su eco con una guerra
mundial en medio, cincuenta en mantenerlos vivo y apenas tres en hacerlo
añicos, todo un récord.
Las silberpfeile carecen de punta en la actualidad, y si nos
ponemos, también de brillo. Brawn y Haug, o Haug y Brawn, que tanto
monta el uno como el otro, han conseguido convertir a Mercedes en una
pantomima sobre los circuitos de F1. Nada parece funcionar en la
escudería de Brackley, y si lo hace, chuta durante un tiempo tan breve
que al poco la hazaña se evapora en el recuerdo. Segundona, pastosa,
errática y demasiadas veces inane, la otrora cuna de leyendas del
automovilismo, se deshace sobre los asfaltos de Bernie sin que nadie
parezca poder o querer remediarlo.
Y el Kaiser, que sigue siendo Schumacher
para volverse ciego ante las banderas azules que le avisan de que está
siendo doblado, que apuntala a Barrichello contra el muro de garajes
cada vez que la F1 vuelve a Hungría, que trató de hacerse valer durante
un tiempo, que creyó renacer de sus cenizas, que bebió los vientos
porfiando en la inevitable resurrección de un equipo —aquél en el que
milita—, que cada vez huele más y más a entierro de Mozart, acumula seis
abandonos en once carrerras, seis clavos en el ataúd de sus siete
títulos mundiales, una herida enorme en el muslo, que habiendo roto la fascia lata le impide mantenerse en pie aunque su mano aún sostenga la espada en alto.
Quería haber titulado esta entrada «Apañero Michael». Pretendía ser
gracioso, romper con un poco de irreverencia la solemnidad del momento,
pero las líneas me salen cargadas de palabras tristes y ellas son las
que mandan. Y aquí estoy a mitad de texto, a mitad del comienzo de la
noche y a mitad de uno de mis múltiples reencuentros con mi propio
pasado, asimilando que valoro más de lo que creía a un individuo al que
siempre he despreciado por su infinita soberbia, al tipo que me apartó
de todo esto hasta que llegó Fernando, a ese gigante con pies de barro
que hoy se arrastra por los circuitos porque creyó poder vencer al
tiempo.
Michael Schumacher, el ídolo de mi hermano Julián, de Xose, de Íñigo y
de tantos otros. Míjael, como me enseñara a pronunciar su nombre mi
buen cura y amigo Jaime, se está deshaciendo ante nosotros y apenas le
vemos porque en el fondo nunca se ha dejado ver, ni cuando arrasaba
llenando el calendario de rosso, ni ahora que cae descoyuntado
una y otra vez vestido de aluminio reluciente. Y lo bueno de todo esto
es que él es como todos nosotros, incluso como podría ser Fernando si el
asturiano no sabe ver los cuernos del toro a tiempo…
Como decía al comienzo, no sé cómo enfrentarme a lo que le está
sucediendo a Mercedes AMG porque no hay por dónde cogerlo, pero intuyo
que voy a tener que arropar a este genio del volante durante las pocas
horas que le quedan de vuelo, porque la de Brackley se hunde
irremediablemente (es un puñetero presentimiento), y algo me dice que el
piloto que volvió para liderarla en su renacimiento seguirá mordiendo
el polvo hasta que todo acabe, Dios quiera que pronto, porque en el
fondo no es tan malo como se ha dibujado ante nosotros y hoy navega los
días que le quedan en la F1 mordiéndose los labios y planteándose cuál
fue el canto de sirena, dónde lo oyó, que le llevó a dar el paso que
jamás debería haber acometido.
Sin duda un ridículo espantoso el de este domingo. Da pena ver que alguien tan grande en esto cometa semejantes errores. Creo que no le hace bien al deporte ni a sí mismo. Michel genio y figura hasta el final.
ResponderEliminarUn abrazo!
O sea, Mercedes abandona la F1 en 2012, regala a Brawn por cuatro duros la escudería y éste gana 2013, dejá vù? xD
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