La casta de los metabarones

Dios quiera que me equivoque, pero si algún día a Jean-Éric Vergne le dan la patada en el culo en Toro Rosso esgrimiendo el mismo argumentario que Marko y Tost utilizaron para deshacerse de Sebastien Buemi y Jaime Alguersari, a lo peor el francés se acuerda de la estúpida decisión que tomó su equipo en Mónaco, cuando cayendo cuatro gotas y con toda la parrilla en pista, los del wall pensaron que era buena idea tirar a tomar por saco todo lo logrado en el Gran Premio, para ponerse a jugar a la ruleta rusa por ver si sonaba una flauta que ni sonó ni hacía falta que sonara.

Podría ponerme creativo y afirmar que sospecho que la mano larga de Red Bull tuvo algo que ver en tan lamentable asunto porque de otra manera resulta absolutamente incompresible. Podría incluso decir que Vergne pudo hacer de último cartucho en esa carrera de lanzar anzuelos en la que se entretuvo la austriaca el domingo; que alguien pensó que sacrificando al novato, alguno de los de arriba podía tomar ejemplo y seguir el camino equivocado para dejar campo libre a los que sabían perfectamente que el cebo no merecía la pena...

Pero hoy no toca alimentar conspiraciones porque el cuerpo me pide meter varilla a la gentucilla que juega con las aspiraciones de un chaval que lo da todo en pista, para romperle el sueño de puntuar en Mónaco, para joderle de paso el curriculum y convertirle en el centro de un cachondeo cuyos responsables dicen buscar a los mejores hombres, a tipos capaces de puntuar con regularidad, a pilotos que puedan ensombrecer a Vettel luchando con uñas y dientes por la victoria.

En este orden de cosas, y puesto que es sabido que Toro Rosso es una escuela que hace precisamente de escuela, cabría preguntar quién es el que aprende en su seno, si Daniel o Jean-Éric, o acaso el gilipuertas que disponiendo de GPS, telemetrías, radar meteorológico, ordenador, IPad y teléfono móvil de última generación, no sabe hacer la «O» con un canuto y decide que merece la pena desperdiciar un séptimo puesto por ejercer de más listo del paddock.

Por fortuna, la cagada monumental no la protagonizó Ferrari el domingo, porque de otra forma estaríamos llamando a las cosas por su nombre, como ocurriera en Malasia 2010, cuando la de Maranello esperaba que el tiempo empeorara en Q1 y mejoró, o cuando no recuerdo ahora ni dónde ni cuándo, a Kimi le pusieron neumáticos de lluvia para que los destrozara al cabo de unas vueltas sobre una pista totalmente seca.

Es obvio que Toro Rosso, de acertar podría haber sacado tajada de su experimento, pero no lo hizo, y el caso es que la de Faenza es una escudería a la que no le hacía puñetera falta sacrificar lo logrado por el piloto francés; es más, es un equipo pequeño al que los puntitos rascados por Vergne en Monte-Carlo le resultaban totalmente imprescindibles de cara a sus aspiraciones.

Salvo que sus responsables sean una banda de iluminados pertenecientes a una casta de metabarones a los que los aficionados como yo no comprendemos ni entenderemos nunca, su hazaña del domingo no tiene un pase como supuesta clase magistral para que los pilotos aprendan lo dura que es la vida y lo fácil que resulta jugar con la pólvora del rey, cuando los que muerden el polvo son ellos, porque al final de contrato, si no rinden como se espera, es a ellos a quienes se enseña la puerta sin más contemplaciones.