Noble oficio de escudero

«El escudero de Sigfrido, el fiel Wolf, no sólo ocupaba tal cargo cerca de él, sino que, además de cumplir sus obligaciones del mismo, sentía gran aprecio por el conde, quien le consideraba como un verdadero amigo. Eran antiguos compañeros de armas, y Sigfrido tenía en él a un consejero insustituible en los momentos difíciles.» 

Genoveva de Brabante. 

Antes de que la factoría Disney acampara definitivamente entre nosotros, cuando los cuentos eran cuentos y no películas de dibujos animados; cuando Pinochio era hijo de Carlo Collodi y no de Gepetto; cuando Peter Pan volaba entre las delicadas palabras tejidas por James Barrie y no sobre nubes; cuando Alicia sencillamente se miraba en el espejo de Lewis Carroll, la experiencia se iba atesorando a poquitos porque el tiempo transcurría a poquitos y porque existía un horizonte que se ganaba a poquitos. 

Todo ha cambiado. La prisa nos degüella cada mañana, y en lo nuestro, Batman ha perdido protagonismo para dárselo a un Robin del que se esperan grandes gestas sin que haya tenido tiempo para llevárselo a la boca a poquitos.

En todas estas discusiones que nos traemos y llevamos a cuenta de la F1, observo cada vez con mayor cansancio cómo nos hemos vuelto insensibles a la tradición que soporta nuestros pies, esa misma que sirve para mantener erguido el tinglado que usa Bernie para entretenernos, pero que se utiliza lo mismo para un roto que para un descosido mientras se nos pierde entre los dedos como la arena limpia y tibia, de una playa limpia y tibia de vaya usted a saber qué sitio limpio y tibio que algún día pisaré.

Tenemos una historia, y extensa, y si la miramos, nos cuenta en seguida que hasta hace nada, el camino que debían seguir los héroes de nuestro deporte se jalonaba a poquitos, permitiendo que los jóvenes aprendieran de los viejos mientras cubrían las espaldas de estos, y llegado el caso, asombrando al mundo cuando la diosa Fortuna les ponía en el camino un milímetro cúbico de suerte que aprovechaban para volcar en él todo lo aprendido sumado a lo que llevaban dentro.

Pero llegaron los magos de la prisa y decidieron reducir las 31 funciones de Propp a sólo una: vencer al héroe, y a poder ser por la vía rápida.

Era 2007 y nacía el modelo Hamilton. El tiempo comenzó a ser lo de menos y el proceso natural de destilación pasó a un feo segundo plano. Surgían los pilotos probeta, hombres sin barba que triunfaban destruyendo al enemigo que todos llevamos dentro, y al de fuera también. Estrellas que sembraban el ocaso a su paso. Héroes a la nueva manera que podrían ser amortizados durante años...

Y los viejos conductores, Webber, Barrichello, Trulli, Fisichella, Gené, Heidfeld, De la Rosa, comenzaban a hacer de comparsas o a irse a otro sitio, relegados por un concepto mercantil que ya no necesita de su experiencia, porque el mundo ha cambiado demasiado y porque para suplirlos ya están los simuladores.

Batman le pone la papilla a Robin mientras le dice al oído que a Pinochio no le conoce ahora ni la madre que le parió, y que si quiere triunfar se busque un héroe añejo, madurado al viejo estilo, para enseñarle cómo sopla el aire.

¡Manda narices que a estas horas esté brindado con un Cardhu de 12 años por McLaren, y por la vieja guardia que ha levantado la F1 sobre sus lomos! ¡Yo os recuerdo!