sábado, 30 de enero de 2010

Motorhome


Con la que está cayendo desde va para dos años, y ante la certeza de que a estas horas habrá quien estará pensando dónde meterse para pasar su primera noche en la calle tras ser lanzado sin compasión al alcantarillado del estado del bienestar, recupero la turbia sensación que he tenido esta mañana al recalar en una noticia mientras tomaba café, donde se narraba sin rubor ni atisbo de crítica cómo una cadena de televisión ha tenido la feliz ocurrencia de poner a una banda de famosetes haciendo la pantomima de ser mendigos durante un breve intervalo de tiempo.

El caso es que uno de los participantes mencionaba «lo dura que había sido la experiencia», y ahí he decidido cerrar el periódico por evitar las náuseas que comenzaban a revolver mi estómago, porque si duro resulta ejercer de miserable a tiempo parcial, ni os cuento lo que puede suponer conocer que tu futuro va a ser eso y sólo eso.

Volviendo a casa me ha dado por pensar en lo que significa saber que las cosas tienen fecha de caducidad, y en cómo la merienda económica que nos ha dejado Max Mosley está ofreciendo efectos secundarios que no cabía imaginar, entre los que destaca el espectáculo que ofrecen la banda de pobres de pandereta que lo están pasando muy duro mientras siguen apuntando muy alto.

En cierto modo resulta incluso lógico: tanto ha ido el cántaro a la fuente del exceso de gasto que ha terminado por huir de la F1 hasta el tato, de manera que ahora toca recuperarlo como sea, y eso cuesta un dinero que en vez de ser usado para favorecer el espectáculo desde dentro, fomentando el deporte y la competición, se utiliza en chorradas como la copa de un pino que se supone sirven para enfatizar la imagen, para entablar alianzas y atar patrocinadores lejos del mundanal ruido.

Decía que tanto se ha mencionado la crisis y sus coletazos, los peligros de no enmendar el camino abordado cuando la cosa era boyante y no parecía haber peligro, que ahora sólo queda interpretar el sufrimiento de manera convincente, y esperar que cuele; pero no lo hace porque con echar a cuatro pardillos a la calle no vale, y resulta inevitable contrastar la actualidad con otras épocas, por ejemplo con aquellas en que la libertad campaba a sus anchas por los alrededores e interiores de los garajes. ¿Tenías pasta? ¡Adelante con los faroles! ¿No la tenías? Pues te buscabas la vida o lo dejabas.

Con tan sencilla gramática cabía de todo, incluso la creatividad que tantos gratos momentos nos ha regalado, porque cada cual hacía de su capa un sayo dentro de unas normas que atendían a primar la iniciativa y la imaginación dentro del marco del deporte. Pero llegaron las imposiciones usureras que a cambio de suculentos platos de lentejas vendieron el alma de la F1 al mismísimo diablo, y con ellas la televisión y sus servidumbres, y las exigencias de los sponsors medidas en tiempo y en planos, y las carrocerías y los monos y cascos de los pilotos comenzaron a cotizarse por centímetros cuadrados, y…

Hay días en que pienso que esto ya no tiene arreglo y que sólo nos espera ir acostumbrándonos a los sucesivos tira y afloja de un modelo que se intuye tocando techo de puro caduco; pero otros, hoy mismo, me asalta la ilusa sensación de que tarde o temprano todo este circo tiene que ceder por algún sitio, y me reconforto en tonterías como la imagen de Williams yendo a su bola mientras Ferrari y McLaren sacan pecho con grandilocuencia, o en el lápiz que ha diseñado el Virgin que veremos pronto, o aún en lo que hace que un tipo como Adrián Campos siga intentándolo cuando medio mundo da por perdida su aventura.

Puedo estar equivocado, pero estos tres ejemplos me devuelven la esperanza de que lo que estamos sufriendo es sólo un mal trago pasajero que se olvidará cuando ya no sean necesarios los monumentales Motorhome y sus rancios entornos, porque el valor de la competición habrá retornado al lugar que jamás debió abandonar, al del olor y el ruido de los garajes, al del rugido de los motores esperando la señal verde, al de los monoplazas corriendo y al de la destreza y arrojo de sus conductores. Entonces y sólo entonces dejará de hacer falta tanta plañidera vestida de Armani, pero mientras sucede, o nos atamos los machos y aguantamos lo que nos echen, o cerramos el periódico, porque con el dinero no se juega.

Feliz elección.

3 comentarios:

  1. Me has tocado en alguna parte honda del alma de piloto; he releido un par de veces tu post y es verdad, lo mismo que ocurre en F1 pasa en la hija pequeña de la FIA, el karting.
    Muchas veces hemos pensado que esto es una carrera de resistencia, vencer a la desilusión, superar la dificultad, enfrentarse a la decepción.
    Como piloto quieres correr y quieres hacerlo de una forma sencilla y limpia: sabes trazar, puedes apurar la frenada hasta el límite de la adrenalina, haces cruzadas para ganar una milésima... pero no sabes de cuentas, ni de reglamentos, ni a lo mejor eres un dechado como relaciones públicas.
    ¿Cómo se hace para mantener este sueño?.
    http://pulguitaatodogas.blogspot.com/

    ResponderEliminar
  2. Jó con las plañideras vestidas de Armani, ¡cuánto daño hacen al deporte!
    Un besote

    ResponderEliminar
  3. Buenas tardes.

    Jon ;) Pues con perseverancia y buen humor XDDDD Porque en manos de estos sólo nos espera algún berrinche que otro :P

    Yei ;) Pues te juro que no me gustaría tenerla :P

    Concha ;) Las plañideras vestidas de Armani joden todo lo que tocan y encima parecen consustanciales a los que sea XDDDDDD

    Un abrazote

    Jose

    ResponderEliminar