Escepticismo y poesía

Anda el paraje dolido, como si lo sucedido estas últimas semanas fuese nuevo o no estuviera contemplado en la hoja de ruta de la deriva suicida que ha tomado la F1. Lo dije el otro día y tal vez convenga repetirlo, pero a mí estos malos rollos se me pasan en cuanto veo los coches corriendo de nuevo. Puede ser la edad, lo visto, lo sufrido, ¿yo qué sé?, pero os juro que nada de lo que ha pasado me hace perder el sueño porque sigo esperando al futuro, a que todo pase, porque pasará.

Sinceramente no creo que lo mío, como lo de tantos, sea cinismo o exceso de complacencia, sino simple y llanamente, aceptación de que en la vida hay más de esto que de lo otro, y que por desgracia sólo nos queda el pataleo, y eso cuando tenemos oportunidad de ejercerlo. Vamos a ver, a estas alturas no hay campeonato porque Jenson y Rubens se ha quedado solos; tampoco hay alicientes; y visto cómo subió el índice de audiencia cuando lo de la FIA contra la FOTA, hasta el más cortito puede comprender que lo acaecido estos últimos días no es sino una forma más de mantener en primera página una F1 que ha perdido su esencia, su norte, y si me apuráis hasta el sentido.

Sobran los que ya sabemos, en eso estoy plenamente de acuerdo, pero hasta que no se vayan habrá que conformarse o dejar de seguir el invento, porque continuar atados a él y rasgarse las vestiduras o buscar tres pies al gato, no es de mucho recibo que digamos. ¿Hubo amaño en Singapur 2008? ¿Y cómo llamamos a lo que pasó en Melbourne 2009, o a lo de Hungría de 2007…? ¿A alguien se le ha ocurrido pedir a Button que devuelva su trofeo, y a Hamilton? Pues eso, que si tragamos algunas veces (demasiadas, sí), no sé a qué cuento viene reclamar ahora una honestidad que ni ha existido ni podrá existir en la F1, así como tampoco existe en otras modalidades del automovilismo deportivo, o del deporte a secas.

Fernando es un gladiador, una hiena de las buenas, aunque les duela a muchos escucharlo. Como lo fueron todos los grandes que han pasado por el circo y han dejado su nombre escrito en las páginas de una historia dulcificada para resaltar una épica que existe, obviamente, pero que no puede en ningún caso ocultar que nuestro deporte ha sido barriobajero siempre, lleno de trampas, traiciones y puñaladas traperas, pero que al final se destila mostrándose excelso en el momento en que el piloto y la máquina son uno y derrotan a sus rivales sobre el asfalto, o lo intentan, porque nada más cuenta, y porque en ese instante sólo los que están hechos de una pasta especial quedan para que los recordemos.

Por eso me gustan las carreras, porque en en el tiempo breve en que se muestran tal como son, cuando los coches comienzan a rodar y los pilotos que los conducen despliegan todas sus armas, se pasa página sobre los marrulleos y se percibe que quien vale, vale, así sea sobre un Ferrari o un Minardi, porque esa actitud para con el triunfo y la supervivencia no la puede ocultar nadie y a mí me llena las venas de adrenalina… y por eso mismo no la cambio por nada. Para mí es poesía.

PD: Hoy va por ti, Drew, y por la suerte que le deseo a tu recién estrenada aventura.