El comodín de la llamada

Fernando Alonso se equivocaba el domingo pasado cuando al explicar la tonta maniobra de desdoble protagonizada por el insigne hijo de Anthony Hamilton, refirió que con ella lo único que había conseguido el piloto número 22 era tener que llegar a Shanghai con una vuelta más sobre su propulsor (a alto régimen, se entiende) —si las cuentas no me fallan, el británico no ha roto en ninguna de las pruebas disputadas, lo que nos pone en que su vehículo inicia ciclo en las carreras impares y lo cierra en las pares (vamos, como todo pichichi, salvo incidencias). Pues bien, China es la 17ª prueba del calendario, y por tanto toca estrenar cachivache—.

Ahora bien, como el bueno de Dennis, no hace mucho, tuvo a bien poner en duda la estrategia de Ferrari por ampararse en la norma 28-4/f (que permite un cambio de motor arbitrario y no sancionable), para salvar los trastos de Massa en Monza, cuando aún había dudas sobre la auténtica causa que había originado las roturas de motor en Hungría (Felipe) y Valencia (Kimi), la actitud de su equipo en este final de campeonato me suscita algunas interrogantes, y la más reseñable atañe a Heikki Kovalainen, pues su monoplaza cambió de motor en Singapur al amparo de esta bendita norma y sin que hiciera puñetera falta.

No es por nada, pero la maniobra sacrifica Interlagos, circuito bastante exigente en términos de potencia, y adonde el finlandés va a llegar muy mermado de facultades pues le toca disfrutar del segundo ciclo del trasto que estrenará en China. Bien es cierto que si en vez de ser Kovalainen se tratase de Alonso (en McLaren, of course), el asunto resultaría incluso lógico, porque ya vimos cómo desfalleció nuestro compatriota el año pasado en la prueba brasileña, aunque de nada le sirvió a su compañero. Pero tratándose del de Suomussalmi la cosa cambia, porque lleva ya tiempo descartado para cualquier enfrentamiento con el V.I.P. de su escudería, y sólo he encontrado una maldita razón que justifique haber malgastado de manera tan infame la ventaja que ofrece el reglamento, y que al parecer ya ha sido reservada exclusivamente para que la disfrute el titular del coche número 22.

Me explico. De las cinco últimas citas del calendario, sólo Singapur ofrecía dudas en calificación pues el resto podían ser calibradas a partir de los datos de 2007, y de suyo es barruntar que la cúpula de Woking, por aquello de asegurar el triunfo del pupilo de Ron, pergeñara un plan salvavidas ante la gravedad de la situación (recordemos que Massa estaba a un miserable punto de distancia), en base a dotar a Heikki de las mismas posibilidades que su colega, para que el hijo de Anthony Hamilton rematara la faena —evidentemente no pudo ser, aunque al final San Jorge se le apareció al muchacho de las pelotas de oro en forma de gag italiano, permitiéndole endosar 6 puntos a su más directo oponente—.

Dicho esto, mucho me temo que después de lo sucedido en Japón la maquiavélica estrategia empieza a hacer aguas por los cuatro costados, porque a pesar de que el hijo de Anthony Hamilton vaya a estrenar motor en Shanghai, y vuelva a hacerlo en Interlagos amparado por el reglamento (nadie lo ha dicho, pero dadlo por seguro), lo que intuyo que ocurrió en Singapur con Kovalainen, pone de relieve que en Woking hace ya dos carreras que van a la desesperada, y que si por desgracia se tuercen un poco más las cosas, y el number one llega pelado de puntos a Sao Paulo, lo único que va a poder hacer es recurrir al comodín de la llamada, porque el del 50% ya está gastado con Heikki, y el del público lo usará Massa.