miércoles, 30 de abril de 2025

¿Por qué lo llamamos amor...?


¡Ni lo intentéis! ¡Aquí no sirve de nada tratar de establecer un debate sano! Vamos, reíros a mandíbula batiente con esos trileros, que, cuando criticas el pobre espectáculo al que nos tiene acostumbrados Liberty en lugares como Miami, por ejemplo, buscan enterrarte vivo bajo toneladas de escombros clasistas y pseudoliberales.

La norteamericana no coloca Paddock Club al aficionado, ni escenario ni ambiente, ni número de asistentes o de audiencias, ni catálogo de personalidades que visitan el circuito, ni intangibles, ni cifras netas de inversión, ni expectativas al medio y largo plazo, ni retorno económico en la ciudad o región donde se celebra el evento, ni facilidad para trabar relaciones mercantiles o rentabilizar las que ya se han establecido, ni cualquiera de los muchos etcétera que sueltan los listillos, con tal de ocultar que el producto que sí vende Liberty Media, en estos sitios no funciona donde debería hacerlo: en la pista.

Seguramente todo se debe a que lo desgranado en el párrafo anterior pesa más en las decisiones que el Gran Premio en sí, y advierto que llevo bastante bien que la gente se entretenga como le venga en gana, pero no he sido yo quien ha acusado a la yankee de hacer recibido un restaurante exclusivo para devaluarlo al extremo de convertirlo en pocos años en una puñetera hamburguesería [Ecclestone: «Hice un restaurante de lujo y lo están convirtiendo en un McDonald’'s»].

Bernie inventó el negocio con mayúsculas alrededor del concepto Fórmula 1, procuró darle contenido y, en la medida de sus posibilidades, se cuidó muy mucho de que las carreras siguieran siendo carreras y no un espectáculo telonero de cosas que, ahora mismo, son ajenas a lo deportivo aunque sirvan de coartada para que traguemos con el campeonato entero y sin rechistar.

¡Quejaros dónde y como podáis, y cuando os apetezca! ¡Estáis en vuestro perfecto derecho. Faltaría más! 

No somos nosotros los que buscamos abrir mercados donde no se nos ha llamado, ni estamos obligados a convencer a nadie de que lo nuestro es mejor que una NASCAR o una IndyCar, ni, obviamente, somos quienes seguimos llamando amor a lo que sólo es sexo urgente, del de aquí te pillo y aquí te mato y si te he visto no me acuerdo, que necesita de toda una Netflix para que te lo explique luego.

Os leo.

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