A la gente que quiero de verdad le recomiendo siempre que busque a los mejores en su campo y se mida con ellos, para aprender así a morder el polvo y levantarse, sobre todo a levantarse.
Bueno, en este sentido la Fórmula 1 es un bonito campo de entrenamiento, quizá el más exigente de todos y, por ello, y seguramente, también el más atractivo a pesar de que la actividad haya perdido brillo por el efecto de las termitas sabelotodo. Y habita allí un piloto que, hoy por hoy, ha demostrado estar muy por encima de los demás aunque su pasaporte no sea el adecuado, razón que explica cómo, a falta de razones de peso, la prensa especialista y la bastardía en redes sociales intentaron hacernos comulgar con aquello de que un yogurín como Lando Norris podía con él durante 2024.
La historia da demasiadas vueltas, pero no suele fallar: el silencio resulta el mejor recurso cuando la realidad no favorece sustantivar los apriorismos y categorizar en máximos las opiniones salidas de las entrañas más que de la cabeza, de manera que a Verstappen lo siguen ninguneando ahí afuera, un poco porque sí y otro poco porque el catecismo recomienda que evitemos comportarnos como cuando Sebastian Vettel, ya conseguidos sus cuatro títulos consecutivos, se arrastraba en 2014 y arruinaba la vida profesional a Daniel Ricciardo...
El alemán sí había conseguido lo que Alain Prost superando a Ayrton Senna, se acercaba a los cinco de Fangio, como el francés. Recordábamos alegremente los cuatro de Michael Schumacher antes de que sumara tres más. La F1 se felicitaba de ser un ámbito donde se destilaban feroces colosos que batían récords cada fin de semana e imponían su ley, a veces a hierro afilado, aunque, por lo que se ve, a nuestro tetracampeón holandés no le ha tocado ser acreedor de tanta generosidad en la tómbola del destino.
No lo creeréis, pero, cuando comencé en esto, también me apliqué el cuento que recomiendo a los seres que aprecio, y no por humildad, precisamente. Y de mi maestro Martín [#VKt-05 (Martín Caño)], en la hora en que él era el insolente y acerado Herzog y yo un miserable figurín al que le había sonreído la fortuna y se hacía llamar Orroe, aprendí que los necios, cuando carecen de argumentos, fustigan a los fantasmas que temen con El látigo de la indiferencia. ¡Qué bellísima y acertada expresión!
Max es de los de «Me llamo Iñigo Montoya, tú mataste a mi padre. Prepárate a morir», y anularlo a base de silencio, anatemizarlo, conjurarlo más bien, es una de las ideas más gilipollas que existen. Con dos o tres décimas de delay con respecto al astro que toque, el chiquillo de Jos es capaz de arruinar el guión más elaborado.
2025 supone una incógnita, a ver, pero no contar con Max Verstappen resulta la mejor metáfora de lo bajito que hemos caído, dejando que el relato de la mayor expresión del automovilismo deportivo repose en redactores que no saben ir más allá de Senna, y en las de futboleros e incels.
Os leo.
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