sábado, 13 de abril de 2024

Manitou One


Ecclestone no era mejor pieza que Liberty Media, vaya por delante, pero, al menos, te reías con él porque no jugaba por jugar, más bien, buscaba ganarte como fuese una vez se había sentado a la mesa.

A su mítica frase «If you point a gun at me, make sure it's loaded…» podemos sumar centenares de ocurrencias que definían la realidad del deporte y establecían sus lindes con rotring fino. ¿Quién no recuerda sus alabanzas a Hitler o Putin, por ejemplo, cuando advertía que la democracia no funcionaba en Fórmula 1? ¿Hemos olvidado cómo despachó la pregunta sobre si había sobornado a alguien para que a Mosley le hicieran hueco en el Partido Laborista, o el famoso «They didn't have enough money» con que zanjó su posible intervención en el Asalto al tren de Glasglow...?

Bernie es el hombre de las mil caras después de haber metabolizado bulos, mentiras, medias verdades, y verdades, para beneficio propio y hacerse más y más fuerte, básicamente porque siempre tuvo claro el significado de Valor Añadido, una asignatura todavía pendiente para la nueva propietaria.

Lo cierto es que podíamos pasar días completos recordando reflexiones del británico. Me quedo con dos por aquello del poco espacio y tiempo. La primera fue la alusión despectiva a los aficionados de a pie en favor de los septuagenarios que gastaban Rolex; la segunda, más cercana en el tiempo, la soltó cuando comparó la F1 de Liberty y la suya en términos comida rápida vs. restaurante cinco estrellas (tenedores)...

Por increíble que parezca, la de John Malone lleva siete años al timón del tinglado y, aunque se puede hablar de éxito económico, el producto que nos acerca es, en apariencia, manifiestamente peor del que nos ofrecían La Bruja de Blancanieves y su gente. 

Ésta es una opinión mayoritaria que no comparto, al menos al 100%, ya que, en el peor de los casos, la Fórmula 1 sigue siendo la misma porquería de siempre —«Formula One Is Crap», 2015, de nuestro protagonista, claro—, lo que sucede ahora es que Liberty Media continúa enfocada a los septuagenarios con Rolex en la muñeca y sirviendo menús exclusivos en la terraza con vistas al mar, pero le importa un pimiento que, siempre y cuando se haya abonado la consumición, el local se llene de gente que exige a la F1 que se parezca a la IndyCar o la NASCAR, o demuestre, y de una vez por todas, por qué es la máxima expresión del automovilismo deportivo.

No estoy a favor del modelo inglés: club exclusivo, en plan hipódromo, los socios marcando distancia con el servicio y la plebe; ni del norteamericano: club exclusivo, en plan hipódromo británico, donde las distancias las marcan los socios mediante códigos menos europeos y repartiendo propinas, chuches y baratijas. Considero que nuestra actividad merece algo más de respeto del que se le ha venido dando desde hace décadas, y, sobre todo, el esfuerzo de explicarla adecuadamente, siquiera por evitar que la puerilidad más absoluta acabe haciéndose con ella, en plan Jacob Chansley en el Capitolio.

El Valor Añadido ha que cuidarlo, mimarlo, más bien, y Liberty no lo está haciendo.

Os leo.

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