«Deja que yo maldiga a Dios por ti...»
Las recientes declaraciones de la líder del F1 Academy, la española Marta García, al respecto de que en la actualidad le resulta más inspirador Lewis Hamilton que Fernando Alonso [Mi objetivo es ganar e irme a una categoría superior], ha originado en redes sociales un brote de prepubescencia repartida entre diferentes franjas de edad —¡manda eggs!—, del que se desprende que el británico es más que el asturiano por sus 7 títulos y claro, por su compromiso con los derechos humanos y la igualdad, y claro; que como Ayrton Senna no hay nadie y claro; y, en definitiva: porque Hamilton es Hamilton y claro...
Tampoco han escaseado las manifestaciones machistas y los comentarios despectivos tanto hacia ella como hacia la competición donde se desempeña la piloto alicantina, y claro, me ha dado por preguntarme qué coño están haciendo Liberty Media y la FIA para que el criterio sobre nuestro deporte se haya empobrecido tanto de un tiempo a esta parte.
Antes comparábamos comportamiento en pista mojada o bajo la lluvia, cómo tomaban los conductores las curvas, cómo arrancaban desde parado, dónde cazaba cada uno la downforce, o aceleraba en recta o apuraba la frenada antes de abordar un giro, cómo adelantaban...
Lo malo de este escenario tan paupérrimo es que perfila cómo va a ser nuestro futuro dentro de poco: campo abonado para las realidades alternativas, las peliculillas que se monta Netflix y el caos, ya que no va a haber Dios que hable de Fórmula 1 sin contemplar que las décimas de segundo por vuelta ya no las proporciona el arrojo y la pericia al volante, sino la pose y las estampitas de José Luis Cuerda en Amanece que no es poco.
¿Dónde queda la densidad del piloto como personaje, sus luces y sus sombras, su épica subyacente? Juro por lo más sagrado que con estos mimbres me siento incapaz de armar un cesto...
Os leo.
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