martes, 8 de agosto de 2023

La piccola maraviglia


Soy consciente de que goza de mucho predicamento, pero, en líneas generales, la organización de una pareja de conductores en el clásico 1-2, que dicen, me parece una porquería pinchada en un palo, una meada fuera de tiesto y una tomadura de pelo al seguidor de la Fórmula 1.

Reconozco que no tiene parangón como método para detectar mediocres al frente del muro, de cualquier muro, y también que hubo un tiempo ya pasado en que me sentí narcotizado por el invento. Hamilton y Bottas formaban una pareja perfecta en 2017, donde fallaba uno estaba el otro, ahí, como una alineación de combate fina y engrasada al estilo de un reloj suizo. Todavía se me eriza el cabello del brazo recordando al finlandés en Bakú: ¡mata!, le dijeron, y Valtteri se fue con todo a por la cabeza de la carrera, como un dios nórdico...

Luego vino Paco con la rebaja al año siguiente. No achuches a tu compañero en Hockenheim 2018, tienes que renunciar a tu merecida victoria en Sochi porque Lewis necesita esos puntos, y se me revolvieron las tripas recordando a Rubens en Austria 2002, o, ya en Brawn GP, preguntando por radio a su ingeniero si era normal perder casi un segundo por vuelta después del cambio de gomas. 

Mark con Sebastian, Daniel con el alemán, George y Sergio ahora, el dos de cada escuadra puntera sigue marcando el nivel de mediocridad de nuestros nuevos gerentes, que en vez de buscar la excelencia, como pregonan, se han vuelto amarrateguis de libro, cicateros, incapaces de entender que al aficionado le gusta la pelea entre iguales y que el tipo con quien comparte garaje un piloto sea ese enemigo que lo ayudará a crecer.

Por la razón que sea, el entorno de la Ferrari de John Elkann se ha abonado a esta estupidez supina como si fuera un Bálsamo de Fierabrás. La presión sobre Vasseur es importante a estas alturas de la temporada, y el melón de Leclerc ha interiorizado que puede irle mejor en La Scuderia si atan en corto a Sáinz, porque para qué vas a dar lo mejor de ti mismo si puedes evitar (con politiqueos), que, a similar vehículo, quien viste idénticos colores pueda morderte las pantorrilas.

Os leo.

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