Como ya es tradición esta temporada, todo lo que era distintivo de la calidad extraordinaria de Lewis Hamilton se torna apunte contable en la columna del debe de Verstappen...
Vale que la cita en Spielberg se manchó de manera bastante idiota por la ineficiencia de la FIA a la hora de no hacerse la picha un lío con sus propias reglas, que se la hizo, y de qué manera, hasta que Aston Martin decidió ver que sucedía con el Art. 33.3 del Reglamento. Vale, también, que con estos coches que parecen buques portacontenedores por peso y dimensiones, habría mucho que debatir sobre lo que significan los límites de la pista cuando se supone que vas a degüello —lo siento, soy incondicional de las inercias del monoplaza y los conductores que tratan de controlarlas.
Vale todo esto que acabo de exponer y que con el estruendoso dominio de Max en lo que llevamos de 2023, la prensa especialista ya no sabe dónde meterse ni de qué hablar, pero hombre de Dios, ir a por el punto extra de la vuelta rápida sólo puede ser considerado algo homérico, nunca un pecado de glotonería, y básicamente por lo que decía al comienzo: Hamilton debe buena parte de su aureola como el mejor de todos los tiempos —en minúsculas— a este tipo de egoísmos que, en su día, fueron jaleados y enaltecidos por unos medios embobados con aquello del velociraptor, el tipo que olía sangre y no dejaba ni las migajas a los rivales, y gilipolleces aún mayores y menos destiladas.
Vivimos tiempos revueltos, pero no tanto como para olvidar ni lo que es un piloto de raza ni cómo juegan los periodistas con nuestros sentimientos.
Os leo.
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