Pulsar el pause en según qué circunstancias no es tan mala idea como parece. Entre mis amistades más íntimas soy conocido por pasar del móvil como de la peste, por usar redes y el Whatsapp en mínimos indispensables: textos cortos, emojis de corazoncitos, la bailaroa y pare usted de contar —abandoné Telegram porque, total, para usarlo como el Whatsapp me suponía un caro ejercicio de redundancia y ¿pa'qué?, ¿no?—, a cambio, disfruto mucho escuchando y siendo escuchado, incluso cuando hay silencios prolongados, que al mar tampoco le hace falta contestar para saber que sigue ahí cuando sus olas lamen la arena...
Fernando, sí. Me preguntáis por él y sinceramente no sé qué más decir además de lo que he escrito estos últimos quince años, salvo, acaso, reiterar lo mucho que disfruto viéndole competir, porque, intuyo, él también ha puesto el pause mode y enfrenta su vida deportiva con la ilusión de un niño, aunque con la paz de un adulto que ha llegado a la madurez sabiendo que todo lo que hay por delante supone un regalo.
Así que por mí estad tranquilos y centraros en dar cariño a todos esos que han salido de debajo de las piedras para demostrar que su alonsismo es genuino, a pesar de que cuando al asturiano le llovían chuzos de punta prefirieron arrimarse al ascua que más calentaba. Por él tampoco os preocupéis, es el mejor piloto de las dos últimas décadas y no tiene prisa ni lleva pesadas piedras en su mochila.
Os leo.
La verdad es que uno ya no esperaba este regalo del destino, Maestro. Y es que es eso, un regalo, un gran regalo, poder ver de nuevo el inconmensurable de talento de mi paisano gracias al bendito Aston Martin, cuya competitividad es la que nos permite disfrutar de esos momentos, de adelantamientos a cuchillo en una relanzada como el de este finde a Sainz, o de análisis de la carrera en tiempo real desde el cockpit.
ResponderEliminarEn fin, un placer, un inmenso placer inesperado.