Era 25 de julio de 1926, Santiago Apóstol. Fangio había cumplido 15 años el 24 de junio anterior y soñaba ya con convertirse en un astro del fútbol al que conocerían mundialmente como Chueco, aunque los autitos habían llamado a su puerta para, apenas tres décadas después, llevarlo a ser un referente universal y el mejor piloto de automovilismo de todos los tiempos. En México, según abundantes estudiosos aún no había concluido la Revolución iniciada en 1910, y a 9.500 kilómetros de distancia del territorio mesoamericano, en Mónaco, Antony Noghès ya acariciaba la idea de celebrar un Grand Prix en las calles de El Principado tras el éxito cosechado con su Rally de Montecarlo.
España despertaba de los estertores de la Sanjuanada, primer intento serio de golpe de estado contra Primo de Rivera, y vivía con miedo y expectación las posibles consecuencias para el país y el viejo continente de la huelga general de Gran Bretaña de primeros de mayo. Social y políticamente estaba quebrada y la monarquía cada vez tenía mayor contestación por su apoyo al Directorio, pero la Bella Easo continuaba siendo el lugar de vacaciones estivales de la Familia Real y, por tanto, el centro neurálgico del verano así como un atractivo aliciente para el turismo nacional e internacional que visitaba las costas orientales del Cantábrico.
La variante que sorteaba la localidad de Hernani se había inaugurado en junio, el circuito Lasarte-Oria perdía unos pocos kilómetros pero ganaba en seguridad, todo ello enfocado a la celebración del Gran Premio de Europa que se llevó a cabo el 18 de julio —no equivocar con el Gran Premio de España pues fueron dos pruebas distintas.
En vez de cerrar la temporada veraniega, como venía siendo costumbre hasta esos instantes, la Semana Automovilística de San Sebastian pasó a abrirla dos meses antes de lo que había sido tradición. El cambio de fechas no fue la única novedad: la denominación Gran Premio de San Sebastián dejaba de distinguir la cita y pasaba a llamarse únicamente Gran Premio de España, el cuarto en la serie, Grand Èpreuve bajo la exigente normativa de la AIACR.
La Association Internationale des Automobile Clubs Reconnus había establecido en 1925 un límite de cilindrada de 2.000 cc con compresor en los vehículos homologables para el European Grand Prix —puntuable para el Campeonato de Fabricantes—, cuya primera edición «honorífica» tuvo lugar en el Gran Premio de Italia de 1923, y digo «en» porque San Sebastián 1926 supone todavía hoy la única ocasión de nuestra historia en que el Gran Premio del país correspondiente y el Gran Premio de Europa se celebraron en el mismo lugar pero en días diferentes y bajo reglamentos distintos.
El Real Automóvil Club de Guipúzcoa, el Real Automóvil Club de España y la propia AIACR consideraron que el éxito de la anterior carrera justificaba la segregación de citas. Por orden de importancia, el Gran Premio de Europa era más relevante y por elló abrió la Semana Automovilística como plato principal de la misma y con mejores cuantías de premios, mientras que el IV Gran Premio de España la concluía porque, de nuevo, se admitían diferentes tipos de coches (Fórmula Libre) con el interés de fomentar la participación y el atractivo competitivo para público y turistas.
Con salida tipo Le Mans —los pilotos a un lado de la pista y sus máquinas al otro, totalmente paradas—, la carrera se propuso a 40 giros al trazado, como en 1925, sumando ahora un total de 692'6 kilómetros descontado el viejo tramo de paso por el interior de Hernani, y la acabó venciendo Bartolomeo Costantini sobre Bugatti tras encontrase con el camino abierto por los abandonos de los Delage de Morel y Wagner.
No obstante, el italiano, lejos de aflojar el acelerador ante la comodidad de poder ver la bandera a cuadros en primer lugar, quiso dar espectáculo y encadenó una serie de vueltas rápidas antes de cruzar la meta, que lo llevaron a sacar una ventaja de 17 minutos sobre el segundo clasificado, Jules Goux, y a marcar una contundente media de 135'449 km/h, velocidad estimable para un vehículo ligero de peso por el combustible consumido, sí, que sin embargo, destacaba la enorme pericia del piloto de Vittorio Veneto al volante por cuanto las ruedas no estaban precisamente para alegrías después de circular en el Lasarte-Oria.
Os leo.
Magnífica esta serie.
ResponderEliminarY qué bonito el Delage de Robert Benoist en la foto, me llama la atención lo bajo que va el coche para los estándares de la época.
Eskerrik asko.
Gracias de nuevo, Félix —una vez más, de las muchas que te debo—. Facebook no me deja contestarte como es debido y te paso recado por aquí para que conste en acta lo mucho que agradezco tu amistad y tus amables correcciones, que, como verás, ya están convenientemente aplicadas...
ResponderEliminarAbrazo grande ;)
Jose