Los sabios afirman que en todo camino lo importante es el viaje en sí mismo, ni el principio ni el final, el trayecto, la experiencia...
Los sabios, sí, los sabios de verdad, porque lo que es nuestra querida actividad no sabe avanzar sin estar recordando constantemente el punto de partida, un comienzo lo suficientemente difuso y manoseado con el transcurso del tiempo como para no tener nada que ver con la realidad, un inicio convertido en la mejor de las coartadas para poder continuar yendo a ninguna parte sin que nadie pueda recriminar nada ni pedir explicaciones ni mucho menos hacer reproches.
No hay nadie en la actual parrilla que no se compare con otro alguien de hace tres, cuatro, siete décadas. Hasta los duelos del año anterior tuvieron sus gotitas de angostura añeja, un poquito arrugada por el dilatado reposo en la balda de la estantería una vez fue descorchada. Max y Lewis carecen de entidad propia si no son comparados con Ayrton y Alain, y así todo, porque todo es más o menos igual que antes, porque la Fórmula 1 ha sido siempre cruel e injusta, aunque, acaso, hace no mucho no tenía necesidad de resultar tan hipócrita ni tan falsa.
Don Genaro revolotea en el suelo ensuciándose de polvo y ríe como un chiquillo porque vuelve a Ixtlán. Él puede hacerlo. Los sabios auténticos sentencian que todo viaje es en esencia un retorno al pasado, a nuestra niñez espiritual, fundamentalmente. Buscamos el padre que no tuvimos, los sueños que abandonamos, las caricias que perdimos, rescatar los planes que jamás supimos concretar porque la experiencia, entonces, no nos llegaba a cubrir los tobillos, ese soplo de aliento en la cara de quien creía en nosotros y nos prometió que siempre iba a creer...
Acabamos de acercarnos al Lotus 72 a través de ocho viñetas anteriores a ésta [#ConJero]. Podían haber sido más, pero 8 es un buen número, aunque ese camino es ahora irrealizable gracias a Liberty Media, la FIA, los equipos y la madre que los parió a todos. Los monoplazas y los ingenieros eran igualmente importantes a comienzos de los setenta del siglo XX, los mejores iban emparejados a los mejores conductores, pero —siempre tiene que haber un puñetero pero—, la atmósfera de influencias en su diseño era tan extremadamente gigantesca, a veces inabarcable, que mejor os ahorráis el disgusto de intentar establecer comparaciones.
Existían reglamentos técnicos pero había libertad, no márgenes escuetos de interpretación, que sé que nos entendemos.
Os leo.
Lo divertido que sería controlar más el límite de gasto y abrir las normas a la inteligencia y las buenas ideas. X euros de gasto máximo y lo inviertes como mejor creas, incluido todo en ese presupuesto.
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