Quedar o no quedar, ese es el dilema...
Corría no sé qué año de mi prehistoria, y Josu, mi pequeño padawan, se enfrentaba solo a los dimes y diretes surgidos en su ikastola a cuenta de la existencia de los Reyes Magos. Él creía, sus compañeros no, sobre todo las niñas, porque con siete primaveras eran y son incluso capaces de argumentarlo —¿quién las para en la edad adulta?—, y los psicólogos infantiles insistían en que ser amigo de tu hijo suponía pecado mortal, cuando la amistad es el germen de todo: del compadreo genuino, del amor más romántico, del sexo placentero, del te quiero una barbaridad pero hoy no abusemos porque nos está mirando mi marido.
Las dos o así de la madrugada de aquel 6 de enero y el joven opositor a Rey Mago me despertaba linterna en mano y vestido de abajo a arriba de SWAT. Pantalón negro, sudadera negra, gorro de algodón negro, tardé poco en volverme una sombra más densa que la oscuridad más profunda. Teníamos un plan: cambiar los regalos del comedor al despacho de mi difunto suegro, apenas 10 metros de distancia, para reír como niños a la mañana siguiente con la broma, pero se torció cuando mi suegra encendió la luz de su habitación. Abajo, ocultarse, todo en plan señales para comandos, que para algo habíamos aprendido juntos los rudimentos del Mutantes en la Sombra...
Anita, mi bendita suegra, acabó apagando la luz sin salir de su cuarto, y eso que se ahorró, pues no sé cómo habría terminado la cosa si termina descubriéndonos.
A lo que vamos, que me desperdigo. Sé qué casco elegiría mi zagal si tuviera que entrar en combate a una vuelta porque como la que acabo de contar hemos vivido juntos unas cuantas, hombro con hombro, además de colegas, maestro y aprendiz, unas veces yo, ahora él. También sé por qué Kimi eligió homenajear a James Hunt en 2012 y conozco de sobra por qué Bernie Ecclestone prohibió al finlandés repetir hazaña al año siguiente. Marcus Ericsson llevaba puesto un remake del helmet azul de Ronnie Peterson cuando cruzaba la meta como vencedor en las 500 Millas de Indianápolis.
La tierra de los bravos tira mucho, siquiera por aquello de permitir recordar las raíces comunes de forma vicaria. No imagino, eso sí, qué casco de Lewis Hamilton elegirán los niños del futuro.
Os leo.
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