domingo, 3 de octubre de 2021

El Hogar de los Valientes

No deja de tener cierta carga de ironía que esta semana haya sido el hijo de James Hunt, Freddie, quien nos ha recordado que la Fórmula 1 fue una vez El Hogar de los Valientes (The Home of the Braves). 

Su padre, junto a Stirling y Nigel, uno de los pocos pilotos británicos ante los que no muestro remilgos en arrodillarme, murió joven pero por sobredosis de existencia, no en pista, ya que sobre lo negro tuvo siempre cogida la medida a la fina línea que separaba ser el más rápido, de comprar todos los boletos para acabar dentro de un ataúd de madera, quizá porque llegó a la Fórmula 1 con los deberes hechos y el apodo «The Shunt» grabado en la frente.

Limpiando esta tarde los discos duros que sirven de complemento a mi viejo Akula HD, he dado con la carpeta donde guardo, junto a la imagen del macaco que mira con absoluto pavor a su ¿entrenador?, la de David Purley sujetando su casco ante los restos de Roger Williamson. ¡David, sácame, por Dios sácame...! 
 
Williamson murió asfixiado por los gases de combustión de la gasolina y la resina y fibra de vidrio. Purley fue incapaz, en solitario, de voltear el March de su compatriota, y tuvo que conformarse con aceptar ese bañito de realidad al que recurren los gilipollas de Twitter para decirte arrea y jódete... Yo no querría estar en su pellejo en aquel preciso instante. Imagino que nadie.

Tiempo después, en Kyalami (Gran Premio de Sudáfrica, 1977), Tom Pryce navegaba décimo tercero cuando el Shadow de Renzo Rorzi se iba contra las protecciones y los comisarios cruzaban la pista para cubrir la incidencia. Jansen van Vuuren era apenas un chaval que pretendía cumplir su trabajo, corría rezagado, pero Pryce lo atropellaba y lo rompía como una marioneta a la que habían cortado los hilos. El extintor que llevaba en sus manos saltaba por los aires y golpeaba el casco del piloto britanico, lo desnucaba en el acto, y el monoplaza, sin alma que lo condujera, a punto estuvo de causar que Jacques Lafitte no pudiese contarlo...

Max Mosley y Charlie Whiting no son los santos promotores de la seguridad en nuestro deporte, es un hecho contrastado que ese peaje se pagó mucho antes con la sangre de los bravos que aceptaban que correr significaba demasiadas veces perder la vida y, por tanto, respetaban la competición como los pescadores respetan la mar. 

Y el caso es que vivimos entre nieblas. San Marino 1994 y pare usted de contar. Mosley y Whiting hicieron un estupendo trabajo a partir de entonces y a decir del gentío merecen ser elevados a Padres de la Seguridad en Fórmula 1, a pesar de que la GPDA, Grand Prix Drivers' Association, fue creada a primeros de los sesenta del siglo pasado y pagó con creces hasta tres décadas después y más allá, su empeño en hacer de la disciplina un lugar donde Lewis y Max, en la actualidad, pueden permitirse el lujo de aparentar ser héroes jugando a los autos de choque.

Os leo.

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