Se me ocurren un montón de cosas a partir de este dibujo del impagable Ricardo —de nuestros artistas gráficos, seguramente uno los tres que más inspiración me ha regalado por centímetro cuadrado de ilustración—, pero me apetece echar el ratito sobre nuestro idioma español y los percances a los que se expone uno cuando lo utiliza, total, la imagen también invita a ello.
Pienso que la errata es bella. La considero útil y legítima como herramienta de aprendizaje porque a partir de las meteduras de pata es como se crece, lo otro supone miedo a aceptar que la existencia misma resulta mucho más hermosa cuantos más tropiezos acumula. Además, sin este tipo de accidentes nos habríamos perdido joyas como las «fes de erratas» o las «versiones corregidas», figuras míticas como «el gazapo» o «los duendes de la imprenta», o frases tan sabias como «hasta el mejor escribano echa un borrón», «a capar se aprende capando» o «quien esté libre de pecado que lance la primera piedra».
En mi caso ya sabéis cuánto agradezco que me enmendéis la plana cada vez que doblo la rodilla o enseño el traste en una palabra escrita aquí, en Nürbu, así que no me miréis, pero seamos todos un poco más indulgentes con los que lo intentan, porque, como lo dejen, nos va a quedar un mundo estupendo de la muerte en manos de los que yerran de cabo a rabo en cada frase y no atinan a comprender en qué consiste la exposición, el nudo y el desenlace; que no mejorarán, ni así los maten, porque dados por perdidos no tienen cerca un solícito corrector ortográfico de los muchos que abundan.
Mis amigos lo saben: si intuyo una mancha en el texto lo aviso siempre por privado, quizás porque aspiro a que la vida se nos llene de Quijotes.
Os leo.
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