Se me han quitado de encima todas las preocupaciones en cuanto he sabido de la fatiga pandémica. He llegado tarde al concepto, lo admito, pero me he aliviado un peso de encima porque hasta este preciso instante identificaba el runrún que me desasosegaba con el castizo estar hasta los mismísimos, de salvar la desescalada (sic) y las elecciones al Parlamento Vasco, el verano y el turismo, la vuelta al cole, el bendito viernes negro, el puente de la Constitución y la Inmaculada, la Navidad, los Reyes y el soldado Ryan, y la madre que parió a Peneque y también la del cordero...
Escribo temprano pero bastante contento de escuchar de nuevo a mi vecino el búho. Pensaba que no iba a volver. Remodelaron la zona donde habita el bosquecillo que le sirve en invierno de refugio y atalaya, y, bueno, con la edad uno se acostumbra a que las cosas dejen de ser como eran a cuenta de cualquier tontería. Pero el cabronzuelo está ahí, en su macizo de árboles, su pequeño reino, seguramente ajeno a que me ha alegrado el último tramo de la madrugada y le estoy dedicando unas líneas que leeréis en unas horas.
Si no fuese por ahora sé de la fatiga pandémica pensaría que me tiene hasta los mismísimos esta actitud tan española de evitar que los demás se hagan daño cuando toquen suelo, así, en plan prevención altruista. En un primer vistazo parece muy generosa, pero a poco que rascas su superficie siempre descubres que viene cargada por el diablo.
Os leo.
A mi me da fatiguita la fatiga pandémica de la gente que se queja por todo y no hace nada por ayudar, que también la ejecutan los mismos que te sueltan la frasecita preventiva y que entran en la descripción que detallas.
ResponderEliminarUn abrazote