Se nota que estamos ya en el trecho final de esta temporada. El Gran Premio de Turquía ha dado apenas para unos cuantos highlights, dos o tres análisis de fondo, y los excesos propios de quienes venden el Apocalípsis como una maravillosa oportunidad de abandonar la zona de confort y lanzarse a la piscina, ¡hala, como si no hubiera mañana!
Me gusta que los monaguillos de la cosa y los novicios del convento anden ahora como si hubiesen descubierto el Mediterráneo cuando replican comportamientos de hace más de una década, qué digo, de hace más de quince años: hablar de apasionamiento y de lo bonito que es todo esto con tal de no mirar la realidad a la cara.
Hoy, evidentemente, aburrirse es pecado, cuestionar la idea loca de Liberty de llevarnos con la lengua fuera es pecado, y también es pecado afirmar que desde hace años todo el pescado está vendido en octubre, o, a lo más, a comienzos de noviembre. 2016 supuso un oasis entre tanta ternura, pero desde 2013 vamos así o peor —fue el año en que Vettel aburría a Hamilton.
Pero que no se diga que he perdido mi proverbial optimismo. Me he comprado unos pompones de cheergirl (negros, of course!), y seguire cantado lo bonita que es la Fórmula 1 como la orquesta tocaba música mientras el Titanic se hundía, todo con tal de que no nos falte un gurú a la mesa o pierdan suscriptores y seguidores en redes sociales, los chiquillos que aún no han descubierto que Michael Schumacher aburría incluso a Hamilton.
En fin, vamos a Bahrein con los deberes hechos, a pensión completa y por dos semanas, y luego Abu Dhabi. ¿Quién dijo miedo?
Os leo.
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