Os conté hace tiempo que una vez coincidí en Las Arenas con mi profesor de primaria, y que a pesar de los años transcurridos, muchísimos, toneladas de ellos, mi anciano maestro recordaba perfectamente mi apellido...
La memoria y esa sensación de no querer ser el último de la fila a la vuelta del recreo. Don Daniel era burgalés como Félix Rodríguez de la Fuente, creo que del mismo pueblo, Poza de la Sal, y bueno, en mis notas trimestrales señalaba en papel aparte mi pereza a la hora de abandonar la diversión entre clase y clase, algo que no sentaba muy bien a mi madre, quien pidió cita con él para recordarle, de buenas maneras, claro, que en las colas siempre hay primeros y últimos, incluso en las de la pescadería.
En Gorliz ya hay casos de coronavirus, leves, gracias a Dios, y en Euskadi el asunto está bajo control según nos dicen las autoridades, aunque no conviene bajar la guardia porque las pandemias son así: muy traicioneras. Siempre hay alguien que no hace bien su trabajo pero también es verdad que no compro un diario desde hace la intemerata y me cuido mucho de caer en las redes de comunicadores y tertulianos, tan preocupados ellos por analizar la realidad y ver quién se pone primero en la fila y quién hace de último, con tal de sacar luego infinidad de conclusiones que no arreglan nada y tampoco es que lleven a ninguna parte.
Y aquí quería llegar yo, porque Madrid es mucho más que los datos y estadísticas y lecciones que nadie ha pedido, que llenan los espacios de información. Hay gente de carne y hueso en su interior que trata de vivir su vida como mejor puede, logrando el éxito o fracasando diariamente sin necesidad de que vayamos señalándola como apestada o perezosa. En realidad echo mucho de menos volver a la capital. Extraño la compañía, la conversación y los paseos por el Barrio de las Letras, Sol o Callao, la Gran Vía... Y quiero que esto termine pronto, por nuestra salud, evidentemente, pero también porque acabe de una puñetera vez el rosario interminable de tristezas y cuentos del coco que nos desayunamos cada día.
En la calle Huertas hay un local cuyo nombre no recuerdo, donde sirven unos duelos y quebrantos manchegos de chuparse los dedos. Creo que lo primero que voy a hacer en cuanto vuelva a Madrid será pasarme por allí.
Os leo.
Pues avisa, que a lo de la calle Huertas invito yo.
ResponderEliminarPues yo me apunto, que vivo a 25'
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