La edición del Gran Premio de Alemania de 1968 ha pasado a nuestra historia deportiva por el enorme aguacero que convirtió la carrera en un peligrosísimo juego de incierto desenlace, y porque, dicen, allí mismo Jackie Stewart bautizó al gigante de las Eifel como The Green Hell.
También fue la prueba en que la gente se sobrecogía al pasar por delante de los garajes de Lotus o bajaba la voz recordando a un hombre de pequeña estatura que por primera vez desde 1961 faltaba a su cita con el Nordschleife. Hill lo llevaba mal desde España y Chapman no lograba ocultar que le costaba concentrarse y que, muchas veces, demasiadas, se quedaba parado clavando la vista en un lugar tan lejano como inasequible, donde sin duda había reconocido una silueta que le recordaba cómo duelen las entrañas cuando la mala fortuna te arrebata un amigo. Jackie Oliver no lo pasaba mejor. Sustituir a Jim no era tarea fácil, menos aún, si cabe, en un equipo que extrañaba a su líder.
Se escuchó el chirriar de los neumáticos y el golpe. El trazado alemán ocultó a la vista de todos si Fly Jim soltó las manos del volante o se entregó a su destino aferrándolo mientras trataba de evitar lo inevitable, dando gas con el acelerador con intención de reconducir la zaga de su Lotus 48 después del hipotético pinchazo que sufrió una de las gomas traseras...
Las causas de aquel accidente nunca fueron aclaradas. Era una carrera de F2, de aquellas que permitían llegar a fin de mes a los astros de nuestro deporte porque el resto era amor al arte, mucho amor al arte cuando se llevaban a las espaldas dos títulos mundiales y en las venas hervía la pasión por la velocidad y la necesidad de cubrir gastos para que la familia viviese como si ser bicampeón del Mundo diese lo suficiente. Jim Clark fallecía el 7 de abril de 1968, pero en aquel lejano 4 de agosto posterior todavía se palpaba en el ambiente su ausencia irreparable. Nürburgring. Desde 1961, con victoria en 1964, 1965 y 1966. El escocés volador había participado regularmente en el mayor homenaje a lo que supone jugarse la vida desde la primera curva, pero en 1968 Jim no estuvo presente.
Valoramos poco lo que puede suponer a un piloto suplente, o compañero, a los mecánicos y jefes, que el número uno haya caído en combate. 1968 a los pies de las Eifel nos da la perfecta medida: todo debía seguir igual pero resultaba descabellado reclamar que las cosas fuesen idénticas. Faltaba el Rey y la parrilla entera lo notaba, y es posible hilar a partir de aquí que, Stewart, en aquello de sobrenombrar El Infierno Verde al Nordschleife, sumase la pesadumbre porque Jim no estaba al diluvio que sufrió desde su Matra y la agonía que supuso cubrir curva a curva una cuerda infernal durante catorce interminables vueltas.
Os leo.
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