viernes, 24 de abril de 2020

Sobre Alfred Neubauer


A estas alturas todos conocemos a Alfred Neubauer, pero ayer, con ocasión del Día Internacional del Libro, en vez de que viniera a buscarme un enemigo como sucedió en idéntica fecha de 2017, nos dedicamos en redes a compartir gustos bibliográficos y a recomendarnos lecturas de todo tipo, mayormente relativas al mundillo petrolhead

Y bueno, como suele ser costumbre salió a la palestra Hombres, Mujeres y Motores; Recuerdos del Director de carreras Alfred Neubauer y, cómo no, el sambenito de novelero o peliculero que corona la cabeza del checo desde que el bueno de Castellá detectó en el texto aludido algunos desvíos de la realidad.

Lo escribí en su momento: «Maese (Carlos Castellá) llegó a detectar algunas incoherencias en el texto, y es nomal que las haya porque el checo-germano y el británico están hablando de la aventura del primero como capitán de Mercedes-Benz y resulta comprensible que uno y otro, o ambos, pusieran toneladas de granitos de arena que sin ser totalmente falsas, desvirtuaban la verdad o la edulcoraban, aunque sólo fuese un poquito...» [Hombres, Mujeres y Motores (Neubauer y Rowe)].

El caso es que los perfiles de Neubauer que no tienen que ver con el libro nos lo dibujan como un hombre escrupuloso y puntilloso, de los que iban con la verdad por delante, algo que le granjeó el respeto de sus pilotos y superiores y, por supuesto, de sus numerosos y variopintos rivales. Obviamente todo esto no encaja con la apreciación que puede surgir de la lectura del bendito volumen, de forma que a lo peor la culpa no fue del Chachachá ni de Neubauer sino del escritor: el periodista Harvey T. Rowe, o, estirando la cosa, del editor que hizo el encargo.

Por increíble que parezca estas cosas suceden, y lo hemos valorado en algunas de las reseñas que integran la colección de libros que poco a poco voy comentando [Libros], sobre todo cuando aludo a los más añejos. A finales de los cincuenta del siglo pasado nuestro deporte vendía épica más que veracidad o exactitud, y una autobiografía novelada, como es el caso, inevitablemente se iba a inclinar más hacia lo literario que a los datos contrastados, ya que su función era vender la historia de un gigante de las carreras, en una palabra: atrapar al público.

Así que con vuestro permiso y el de Maese, sigo siendo de la opinión que los pecados de Hombres, Mujeres y Motores son más responsabilidad de Harvey T. Rowe que de su protagonista.

Os leo.

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