martes, 31 de marzo de 2020

Ningún mal temeré


Marzo ha sido un mes extraño pero dentro de unos minutos habremos terminado con él, para recibir con los brazos abiertos el abril lluvioso de los abuelos ahora que nuestros ancianos dependen como nunca de esa solidaridad entre generaciones que nos hizo poderosos antaño y nos devolverá la fuerza cuando más falta nos haga a partir de que salga de nuestras vidas ese coco furioso que se mide en nanomilímetros.

Aquí, en el País Vasco, en toda Euskalherria, es común que el vínculo familiar trace con naturalidad puentes entre las bisabuelas y bisabuelos y los bisnietos y bisnietas. Cinco arcadas de un mismo linaje que igual han producido odio profundo que paz infinita. Los viejos transmiten y siembran y los jóvenes recogen, y si a cada generacion le damos 25 años de vigencia tenemos aquí más de un siglo de historia viva por familia... es mucho, lo sé.

Tuve suerte en mi infancia y temprana juventud. Viví con mis abuelos José y María y el recuerdo perenne de Antonio Isusi, el padre de mamá, cuya sangre recorre mis venas a pesar de que me he sentido siempre nieto del hojalatero Oyarbide, el hombre que casó con mi abuela y adoptó a sus vástagos como si fuesen hijos suyos. Llevo el nombre de los dos: José y Antonio, porque así lo quiso Amama, quien perdió a su progenitor cuando contaba tan sólo 10 meses aunque creció con el primero y siempre lo llamó padre, incluso en los últimos instantes de su vida, con nosotros, en casa, donde siempre debe morir un abuelo, rodeado por los suyos...

Nos ha tocado vivir tiempos difíciles, y saldremos, pero lo importante será lo que hemos aprendido, porque las curvas permanecen idénticas y sólo cambia el modo en que las sorteamos procurando evitar que el coche se nos vaya de las manos.

Concluye marzo en confinamiento, tengo todo mi pasado por delante y os leo...

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