Hablar de los setenta del siglo pasado otorga estatus entre los amiguetes y la tropa que busca guías del desfiladero, además, supone una amable zona de confort a la que recurrir cuando no hay demasiado que contar: mencionas un piloto, ingeniero, patrón o marca de aquellos tiempos, y en nada montas una charla en la que no suelen caber ni los trolls ni los perdigoneros de las redes sociales.
Los años mozos de nuestra modalidad de automovilismo deportivo son una especie de santuario en el que refugiarse a cualquier hora, bien para tomar un café tempranero o bien para meterse entre pecho y espalda dos dedos de whisky de ese que viaja por la garganta sin prisas después de haber empapado de aromas el paladar.
Proporcionalmente hablando, existe una mayor cantidad de bibliografía y referencias visuales sobre esta época que de las anteriores, y bueno, también pasa que los más añejos del lugar vinimos a nacer antes y en los setenta teníamos suficientes luces como para enfrentarnos a la realidad de un deporte que estaba en plena eclosión —desde luego, disponíamos de más iluminación por centímetro cuadrado que la mayoría de juntaletras y youtubers que narran nuestra historia reciente a partir de los retazos y resúmenes que nos ha ido sirviendo el FOM para que la vida nos resulte más fácil.
Los que peinamos abundantes canas o enseñamos cartón eramos jóvenes entonces y vivíamos todo con pasión.
A ver, que luego te serenas con el paso de los años, pero nos tocó la guerra fría, la crisis de los misiles, el asesinato de Kennedy, las dictaduras, el movimiento hippie, las revueltas proletarias o estudiantiles, la Primavera de Praga, Mayo del 68, Woodstock, la llegada del hombre a la luna, etcétera, y te levantabas cada mañana con intención de beberte el mundo de un trago o sencillamente no eras nadie, así que aquella Fórmula 1 encajaba perfectamente en este escenario: adolescencia o juventud mezclada con un ruidoso deporte en el que la velocidad, el riesgo, el tabaco y las mujeres, formaban un cóctel molotov que daba sentido a la frase «vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver» que nos dejó como legado James Dean.
Las décadas anteriores fueron más sobrias y no daban para negocio y la de los setenta supuso una etapa del motorsport que a nada que fueses mínimamente inteligente daba para explotación a saco. Competitividad en pista, innovaciones de todo tipo, valores genuinos, pilotos con perfil para protagonistas de novelas o películas, y un periodismo especialista que por fin había entendido para qué coño estaba en este mundo. Bernie lo entendió antes que nadie. Aquello suponía un bombón y resultaba idiota dejar pasar la ocasión, de forma que para 1980 el tinglado ya estaba formalizado y en perfecto orden de batalla, y de ahí para adelante, hasta el infinito y más allá.
¿Anécdotas, historias...? Infinidad de ellas, y dudo mucho que las haya más sabrosas...
Os leo.
Los años mozos de nuestra modalidad de automovilismo deportivo son una especie de santuario en el que refugiarse a cualquier hora, bien para tomar un café tempranero o bien para meterse entre pecho y espalda dos dedos de whisky de ese que viaja por la garganta sin prisas después de haber empapado de aromas el paladar.
Proporcionalmente hablando, existe una mayor cantidad de bibliografía y referencias visuales sobre esta época que de las anteriores, y bueno, también pasa que los más añejos del lugar vinimos a nacer antes y en los setenta teníamos suficientes luces como para enfrentarnos a la realidad de un deporte que estaba en plena eclosión —desde luego, disponíamos de más iluminación por centímetro cuadrado que la mayoría de juntaletras y youtubers que narran nuestra historia reciente a partir de los retazos y resúmenes que nos ha ido sirviendo el FOM para que la vida nos resulte más fácil.
Los que peinamos abundantes canas o enseñamos cartón eramos jóvenes entonces y vivíamos todo con pasión.
A ver, que luego te serenas con el paso de los años, pero nos tocó la guerra fría, la crisis de los misiles, el asesinato de Kennedy, las dictaduras, el movimiento hippie, las revueltas proletarias o estudiantiles, la Primavera de Praga, Mayo del 68, Woodstock, la llegada del hombre a la luna, etcétera, y te levantabas cada mañana con intención de beberte el mundo de un trago o sencillamente no eras nadie, así que aquella Fórmula 1 encajaba perfectamente en este escenario: adolescencia o juventud mezclada con un ruidoso deporte en el que la velocidad, el riesgo, el tabaco y las mujeres, formaban un cóctel molotov que daba sentido a la frase «vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver» que nos dejó como legado James Dean.
Las décadas anteriores fueron más sobrias y no daban para negocio y la de los setenta supuso una etapa del motorsport que a nada que fueses mínimamente inteligente daba para explotación a saco. Competitividad en pista, innovaciones de todo tipo, valores genuinos, pilotos con perfil para protagonistas de novelas o películas, y un periodismo especialista que por fin había entendido para qué coño estaba en este mundo. Bernie lo entendió antes que nadie. Aquello suponía un bombón y resultaba idiota dejar pasar la ocasión, de forma que para 1980 el tinglado ya estaba formalizado y en perfecto orden de batalla, y de ahí para adelante, hasta el infinito y más allá.
¿Anécdotas, historias...? Infinidad de ellas, y dudo mucho que las haya más sabrosas...
Os leo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario