sábado, 25 de enero de 2020

Encantado abril


Incapaz de cumplir mis promesas, Lourdes, aquí estoy de nuevo, a 25 de enero, casi acariciando tu cara con mis dedos y recordando a la abuela María, que hoy, de haber vivido, cumpliría años y juraría que me ayudaría a cuidar ahora de Amama, su hija, como cuidó de sus nietos.

Tú no te vas ni te irás. Me costó despedirme de ti, es verdad, pero una vez acepté que la última imagen tuya que iba a tener consistía en una sombra lejana que nos decía adiós con la mano mientras Pablo nos acercaba al centro de Madrid, los abriles son distintos aunque sucedan a finales de enero. 

Cata no habla pero ambos sabemos que lleva esta fecha clavada en el alma como un dardo de fuego. Tampoco sabe que te dedico unos líneas y que sueño con que alguna vez, cuando mamá esté contigo y su madre, y los tíos Horacio y Marcos, y papá y mi hermano Julián y mi primera hermana Matilde —y yo sea libre del todo y no me apremien las obligaciones—, viajaré a la Toscana en abril con un inmenso ramo de flores cuyos pétalos brindaré a la brisa para que haga con ellos lo que le dé la gana...

Lourdes, cielo, no estoy para promesas que no puedo responder, pero diría que esta vez va en serio y que el año que viene avivaré una nube de pétalos sobre tu abril encantado, susurrando tu nombre al viento para que él no lo olvide ni nos olvide a ti y a mí. La vida se teje a base de emociones. Un bardo alocado y pendenciero que escribe sobre máquinas de cuato ruedas y una bellísima persona, qué demonios puede fallar cuando se alían con el aire que mima una de las tierras más generosas de nuestro planeta.

Te recuerdo y te quiero, pequeña. Dios nos permita seguir cumpliendo nuestros sueños juntos...

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