Para los que no hemos asesinado todavía al chiquillo que llevamos dentro, la noche de Reyes significa bastante más que una estúpida consigna.
También es verdad que dejas estas cosas en manos de los tenderos y los miserables y te la convierten bien en una seña de identidad patria o bien en un pase en bucle de esperpénticos anuncios de fragancias y perfumes, que la verdad, no sé si se pretende con ello que de paso aprendamos inglés y francés en plan gilipuá, pero voto a Bríos que es lo más parecido al infierno que conozco...
Al lío, que me desvío... Mis Reyes Magos no me los toca nadie. Suponen un lazo invisible que me ata todavía a mi infancia. El cabo guía al que me agarro cuando hay tormenta, por el cuál me deslizo hasta encontrar la seguridad, mi seguridad. Y eso, queridas y queridos, para mí resulta intocable, así que quien piense otra cosa que por favor no me lo diga ni me lo insinúe porque a lo peor se va más caliente de como llegó.
Me resulta impagable ver a mi sobrina nieta mayor temblando de emoción a sus tres años porque dentro de unas horas vienen los Reyes. No se pone así ni con el Olentzero ni con Papá Nöel —aquí, los vascos, que por aquello de la singularidad pagamos triple peaje en las fiestas de Navidad—, pero sí con esta historia vieja y sobada de tres astrónomos que emprendieron viaje siguiendo un cometa incandescente, para rendir tributo y homenaje al fruto de dos desgraciadillos que no encontrando alojamiento entre los viles de la Tierra, tuvieron que apañarse como pudieron en el interior de un establo.
La fábula puede convencernos o no, pero ya os voy diciendo que para mí es plástica hasta decir basta. No cuento, desde luego. Mis cuñadas meapilas me rechazan como ateo cuando lo que me siento es agnóstico porque me hago preguntas incluso preparando tortilla española. Con cebolla, claro.
Os lo he contado pero ahí va de nuevo. Mi hijo Josu había sido apercibido por sus compañeros de ikastola al respecto de que el Olentzero, Papá Nöel y los Reyes Magos eran los padres. Planteó la interrogante en casa y os podéis imaginar quién fue el único que dio el paso al frente: el verso libre de la familia, yo.
Le expliqué que las leyes de la física impedían que se obrase el milagro sin la generosa contribución de los padres. Tocaba arrimar el hombro y tal, así que le propuse que él hiciera de Rey Mago conmigo la noche de Reyes de hace no sé ni cuánto. Nos despertamos a no recuerdo qué hora de la madrugada de un 6 de enero lejano, y armados con linternas y vestidos de negro de pies a cabeza, comenzábamos a cambiar los regalos del comedor de la casa de mi suegra, donde vivíamos entonces, al despacho del buen abuelo Alfonso, ya fallecido.
El trayecto era corto pero nos movíamos por él como gatos. Paquete va, paquete viene, en esto que se enciende la luz de la habitación de mi suegra y yo que me temo que la dejamos en el sitio como se le ocurra ir al baño o a por agua a la cocina. Doy la orden de apagar las linternas y bajar el perfil operativo. Josu obedece y se pega a la pared; yo hago lo mismo. Imaginaros: dos legítimos Reyes Magos actuando como la Spetsnaz...
Mi suegra se libró por los pelos y acabamos de recordar aquel acaecido mi chaval, Naiara, su cielo, y yo. Hace un instante.
La magia se construye, la esencia se mantiene en base a hechos que la sustancian. Las consignas valen lo que el papel de baño, sobre todo en manos de políticos y comerciales. He pedido a los Reyes Magos de 2019 que me proporcionen una nueva vida lejos de mis cuñadas y sus apriorismos. Que me lleven con ellos de vuelta si hay sitio en las alforjas, bajo promesa de que seguiré escribiendo en Nürbu; y clavando mi rodilla en el suelo, que terminen por Dios con la tortura de los anuncios de perfumes y aromáticas.
Hoy nada ha merecido tanto la pena como ver a Cora temblando de emoción ante la llegada de los Magos de Oriente. No sabe cómo nos las gastamos los adultos ni lo miserables que podemos llegar a ser. Tampoco conoce que entre su nerviosa realidad y la nuestra, estoy yo, su tío abuelo...
Sed felices. Os leo.
Hoy nada ha merecido tanto la pena como ver a Cora temblando de emoción ante la llegada de los Magos de Oriente. No sabe cómo nos las gastamos los adultos ni lo miserables que podemos llegar a ser. Tampoco conoce que entre su nerviosa realidad y la nuestra, estoy yo, su tío abuelo...
Sed felices. Os leo.
Me quedo con esta frase, que es de lo más bonito que he escuchado -y con vuestro permiso, tomaré prestada más pronto que tarde- "la magia se construye. La escencia se mantiene en base a hechos que la sustancian". Capo di tutti capi, José.
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