viernes, 25 de enero de 2019

Espuma de Daniel a la trufa


La modernidad era esto: dar nuevos nombres a las cosas de toda la vida. Dicen que el hombre es el único ser capaz de tropezar en la misma piedra dos veces y uno se acaba preguntando a qué santo Juan el Evangelista se tomó la molestia de indicarnos en qué trampa estábamos condenados a caer siempre: In principio erat Verbum et Verbum erat apud Deum et Deus erat Verbum...

A ver, es normal que se vuelva a tropezar en ella si a una piedra no la reconoce ni la madre que la parió después de que haya pasado por las manos de cualquiera de nuestras exquisiteces actuales, que lo mismo llaman ahora nesting al zanganear en casa el fin de semana que breasting al mojar pan en el café con leche. Indudablemente acabarán descubriendo el Mediterráneo y casi me jugaba el brazo con que dibujo a que terminan llamándolo Mare Nostrum.

Quiero creer que nos curamos pero me da que no. Seguiremos tropezando una y otra vez en la misma roca y aireando que en España sin Alonso no queda nada, cuando quedan los numerosos seguidores de Vettel y de Hamilton que hay en nuestro país. O los de Verstappen o Gasly o Leclerc. Nada supone mucha ceguera a la hora de negar tanta evidencia.

Kubica, Kimi, Sáinz, Hulk, Ricciardo...

Da la sensación demasiadas veces de que lo que hay es auténtica necesidad de ser raro de cojones o en su caso, de parecerlo. Negamos la realidad para construir una nueva sobre sus ruinas. Dinamitamos el ahora buscando un mañana que, desgraciadamente, nunca se alcanza porque para entonces los que llegamos cansados somos nosotros, ellos más bien.

El esfuerzo improductivo que desarrolla esta gente que suele pensar que «sin Alonso ustedes no son nada...» cuando se refiere a los aficionados españoles, se debe por un lado a que han oído campanas y no saben dónde, y por otro, a que no han asimilado todavía que el mundo ni es perfecto ni mucho menos son los elegidos para descubrirlo porque demasiadas veces ya está escrito y cartografiado. Sea como fuere, llegan, niegan y destruyen, y puesto que no quedan tonterías más allá del horizonte porque poner ladrillos al futuro siempre ha sido una actividad fatigosa, se quedan en su zonita flanderiana de confort.

También es verdad que razón no les falta porque sin el asturiano somos nada a los ojos de los indigentes mentales que sólo entienden la Fórmula 1 en España bajo la sombra del asturiano. Nada por aquí y nada por allá. Nada, en definitiva, porque es más fácil crear enemigos virtuales que molestarse en pensar qué ha traído consigo el bicampeón del mundo 2005 y 2006 y qué ha dejado a su paso, más allá de clichés para niñatos, claro.

Me consuelo pensando que les queda la misma piedra de siempre, ésa en la que tropezarán cuantas veces haga falta hasta que se rompan los dientes, y que a nosotros nos quedan pilotos como el australiano, a los que seguiremos y jalearemos sin que haga falta un mentecato que nos lo venda como Espuma de Daniel a la trufa.

Sin Alonso ustedes no son nada... ¡Guapi, ahora cuéntame una que no sepa!

Os leo.

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