Cuentan que Vasili Kandinski llegó temprano a su estudio y se detuvo en la penumbra al observar recostadas sobre la pared unas acualeras en las que había estado trabajando la tarde anterior. Permanecían invertidas para favorecer el adecuado secado del papel y en la umbría, tanto el dibujo como las formas y el color habían perdido su sentido pero, a cambio, gozaban de plasticidad.
La plasticidad es para los artistas como la eficiencia aerodinámica para un aerodinamicista. ¿Quién no ha tenido en su vida un hallazgo fortuito de estas características...?
El señor Kandinski era un pintor considerado y serio de los de toda la vida hasta este preciso instante.
Pintaba cuadros y ejecutaba obras de la época donde las casas parecían casas, las personas parecían personas y los paisajes parecían paisajes. Ya resultaba extraordinario para los expertos de entonces debido a su contrastada capacidad para experimentar con el trazo, el color y las texturas, aunque no era del gusto de las multitudes ya que a principios del siglo XX, también había quien prefería que un huevo frito pintado pareciese un huevo frito real, o que una pipa humeante pintada se asemejase a una puñetera fotografía, con el humo bien definido en sus volutas y transparencias y tal...
Y bien, que me enredo, el bueno de Vasili levanta los cimientos del arte abstracto gracias a la anécdota que os he contado en el párrafo inicial, y a partir de ahí se complica la vida porque el populacho le vuelve la espalda por raro y por a ver qué cojones de tomadura de pelo eran sus pinturas, aunque, a cambio, la comunidad artística le reconoce sus méritos y le rinde tributo inmediatamente. Pero como también era teórico, reflexiona sobre su hazaña estética en De los espiritual en el arte y Punto y línea sobre el plano, textos que conocen bien los estudiantes de Bellas Artes aunque a muchos no les hayan servido de absolutamente nada.
El caso es que estamos ante el típico escenario del gato de Schrodinger pero entre aromas de aguarrás y óleo. La realidad es y no es, a la vez, hasta que el espectador la descubre. El gato muerto y el gato vivo conviven en el mismo plano existencial hasta que abrimos la caja; el cuadro tiene sentido y carece de él, simultáneamente, hasta que el observador se lo da o se lo niega. Y de la misma manera, la unidad de potencia Honda seguirá siendo mala y buena, eficaz e ineficaz, hasta que lo comprobemos...
Paradojas. Os leo.
Paradojas. Os leo.
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