Meli, yo, y su chaval

El mundo anda enfermo desde hace demasiado como para que no provoque arcadas cada vez que lo miramos, pero como esto es Nürbu y hoy se celebra el día universal del niño —que manda cojones que haya que andar celebrando obviedades—, quiero aprovechar la efeméride y el pequeño eco que alcanzan mis palabras diarias, para recordar aquí que hay cosas de a diario que no se tocan salvo para hacerlas más dignas y grandes de lo que somos nosotros mismos.

Conozco demasiada gente rota porque su familiares, sus allegados o sus afines aparentente más inocuos, les destrozaron la vida cuando pequeños. Sé de sobra lo que supone el calvario posterior. ¿Quién resulta convincente cuando afirma que le ha mordido un dragón...?

Por nada del mundo querría encontrarme con que uno, sólo uno, de los lectores de este miserable blog es, o ha sido capaz, de destruir un universo en ciernes o su pareja —de eso ya hemos hablado y volveros a hablar, desgraciadamente—. Si lo supiera me cagaría en Dios así fuese el infierno mi premio. Os odiaría. Si por desgracia para vosotros hubiese oportunidad de que nos cruzásemos en una calle cualquiera, dad por seguro que os majaba a hostias porque a los niños y niñas no se les toca jamás. Los protegemos, se les cuida, se da la vida por ellos si hace el caso...

Amelia, mi niña grandota, mi Meli a quien no quisieron como lo merecía y necesitaba, valiente como ella sola, lucha cada día por dar visibilidad a una guerra invisible donde lo normal resulta que sea asumible que una quinta parte de la humanidad, una cuarta o una tercera, sufra de los excesos del resto...

Y por ahí no paso, lo digo sinceramente. O eres gilipollas del culo, o no ves o no quieres ver. Pero a los críos y crías de nuestra película los respetáis sí o sí, o apareceré en vuestros sueños para rescatar a vuestros muertos y que sean ellos los que os jodan de verdad.

Día universal del niño. Meli, yo, y su chaval...

Os leo.