A nadie con dos dedos de frente se le escapa que lo sucedido ayer horas después de terminar las 6 Horas de Silverstone, no ocurriría en la Fórmula 1 porque no hay avellanitas para aplicar el reglamento con todas sus consecuencias, sea quien sea el infractor, obviamente.
El manús de la foto de entradilla es uno de los principales responsables de que nuestro deporte sea una perfecta casa de putas en la que cuatro campan a sus anchas y el resto se expone a las penas del infierno.
También es verdad que no es el único. Está por ahí todo el tinglado que dejó Bernie atado y bien atado a su marcha, con el fin de que los intereses de los grandes no se vieran puestos en tela de juicio por cualquier verso libre de la parrilla. Y por supuesto, la omnipresente prensa mamporrera que pierde el culo en alzar o tirar abajo todo aquello que la autoridad competente ha señalado previamente con el dedo...
Claro que me gusta la Fórmula 1. Huelga decir que uno no se pasa aquí, va para 12 años, escribiendo sobre algo que no le gusta. El problema, si es que lo hay, es que no me hace falta quedar bien con nadie, ni mendigar una credencial o un pase de paddock, ni pedir favores por ver si me dan trabajo aquí o en Argentina o Latinoamérica, por poner un caso, y por eso mismo llevo tiempo, mucho tiempo en realidad, diciendo que la mujer del César no sólo debe ser honrada sino parecerlo.
Y es que un deporte, el que sea, para parecer una actividad deportiva se dota de un paquete de reglas que nominalmente resulta igual para todos los participantes y sobre el papel los trata también igual. Y aquí volvemos al personaje de arriba casi sin querer, porque él sí es el culpable de que nuestras habitaciones estén pintadas de rojo, haya espejos por todas partes y el aire huela a perfume barato.
Ayer le dieron a Whiting una bonita lección sobre cómo cuidar el espectáculo. Toca decirle hoy que puede hacer lo mismo porque dispone de idéntica herramienta: el reglamento; y si hace que sigue mostrando miedo a tirarse a la piscina, pues se le jalea un poco con sucesivos ¡tú puedes, Charlie; tú puedes!
Os leo.
Éste individuo es el máximo responsable, junto con su ex jefe y algunos que quedan por ahí, del atolladero en el que tienen a la ya mal llamada categoría reina.
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