domingo, 1 de julio de 2018

Las autoprofecías


Me fascina el nivel de empoderamiento artificial que se marcan algunos. Max se casca cinco carreras de mierda, comienza a sacar la cabeza en la sexta, y en la nona cita del calendario gana la misma prueba facilona (sic, sic, pimpampún) que convierte el octavo puesto de Alonso en un decimotercero o duodécimo con suerte razonable, de ésa, de la normal, de la que vale para estas cosas, de las que les vale a ellos, en definitiva, y ¡zas!: Verstappen se reconcilia en Austria con todo Dios y cierra bocas porque lo importante es que las cierre y nos haga olvidar las cinco castañas que mencionaba al inicio.

La chavalería está cometiendo el mismo pecado que se cometió aquí mismo con Vettel o Hamilton. 

No aceptan que su ídolo pueda ser un hijo de puta de siete suelas, un tipo con los escrúpulos justitos como para pasar el exámen para leyenda nivel 1; y de idéntica manera, no asimilan que llegado el caso se pueda comportar en pista como un perfecto gilipollas. Quieren un Schumacher limpio pero todo no puede ser, y yerran en sus aspiraciones porque para estar ahí y triunfar ahí, hay que estar hecho de una pasta especial, como Michael o Fernando, o Senna o Prost, si os apetece.

Max no me molesta lo más mínimo. Me encanta. Sus luces me gustan y sus numerosas sombras ni me inquietan ni me quitan el sueño. Tiene todo lo necesario para terminar triunfando, incluso la flor que le han puesto herr doktor y la FIA en el culo. Es un animal de carreras al que le sobra el entorno. Al Nano, el entorno lo ha llevado a errar una y otra vez, o eso dicen. Al Kaiser, su entorno lo exprimió hasta sus últimas esencias, y le animó a que se fuera en 2006 porque la Fórmula 1 necesitaba dar una imagen más dulce...

Tiene gracia este punto. En esa carrera en la que los párvulos dicen que todo estuvo claro, Luca Cordero di Montezemolo terminó llamando viejo a Bernie Ecclestone y admitió sentirse molesto con el gesto que mostró Schumacher para con Sebastian. Pero seamos sinceros, ¿qué pretendía Monty?, ¿que después de que al héroe de la rossa le fuese señalada amablemente la puerta de salida en Monza, éste devolviera el favor haciendo su trabajo, a lo Petrov, impidiendo con ello que Vettel, su chiquillo, su compatriota, ganase su tercer entorchado? ¡Vamos ya!, ¿de qué coño de guindo nos hemos caído?

Pero volvamos con Max y su excelente carrera en Spielberg. Su victoria, y por suspuesto, todo eso que sobra a su alrededor, empezando por las autoprofecías y por la necesidad de cerrar bocas.

Ricciardo es hoy por hoy esencial en la desenvoltura en pista de Verstappen. Es él quien tiene la llave de lo que será el RB14 a partir de la vuelta de vacaciones, y del RB15 del año que viene.

Daniel es el Rosberg de esta película, por si no nos hemos coscado todavía. La hormiguita a quien en estos momentos imploro que defina de una puñetera vez su futuro, haga luego huelga de celo, y deje en herencia a Marko y a Max lo que se merecen por su ingratitud: lo justito que puede dar un piloto sobresaliente cuando piensa que hay cielos mejores y más luminosos. Y en 2019, que levanten ellos solitos Milton Keynes con el hombro de Honda, y que les vaya bien, por supuesto, sobre todo con la ayuda de los incondicionales que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Os leo.

2 comentarios:

  1. Ricciardo no debería ni por un segundo pensar en seguir en Red Bull; lo cual le vendría como el culo a Carlos Sainz. Tengo el corazón partío.

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  2. Muy buena carrera de Max, ese es el camino.

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