Dicen que si durante un buen rato miras fijamente los arabescos de las escapatorias del Paul Ricard te ahorras lo que cuesta un chute de LSD, y que si insistes, a lo mejor el zorro del Principito te coge en brazos y te lleva de viaje a los desiertos de Arizona...
No he probado, así que a lo peor no sé de lo que hablo; que ya sabemos en la actualidad que lo que vale es la experiencia real (la otra no cuenta), el análisis a pie de pista, el estar donde hay que estar para detectar los pequeños cambios que surgen en el entorno, rascar un poco y ¡zas!, dar con la Piedra Filosofal.
Me acuerdo de mi homínido y lo hecho en falta. Es verdad que hace mucho que no le traigo a Nürbu y quizás sea momento de que lo haga. Y es que él vivía en un árbol o cerca de un árbol, y se manejaba a cuatro patas, pero ahí tuvimos a nuestro ancestro: sin experiencia alguna, sin tener pruebas de lo que era caminar y llegar lejos yendo erguido sobre sus cuartos traseros, imaginó que podía alcanzar donde todos le decían que no se iba porque allí no había ido nadie.
Dicen que si te pasas mirando fijamente los dibujos de las escapatorias del Paul Ricard, acabas escuchando la voz de Colin Chapman quejándose del árbol, de la familia, de la certeza y lo adecuado, de los cautos y de la madre que los parió a todos. ¡Habrá que probarlo!
Os leo.
Hay mucho de Juan Salvador Gaviota en esta historia primordial del ser humano. Nuestro bicho era cualquier cosa menos riguroso. El rigor lo habría atado al bendito árbol y a las inercias bien arraigadas de sus congéneres. El contraste y las evidencias indicaban que no, pero él hizo caso omiso de esa fea y pesada mochila y bajó de las ramas y se puso en pie porque a diferencia de sus hermanos, primos y padres, él imaginaba hacer posible lo que estaba prohibido por seguridad.
Se nos llena la boca evocando a la gente que puso en pie nuestro deporte, pero procuramos pasar de puntillas sobre un hecho fundamental: no eran rigurosos sino creativos, no hacían caso de lo que les decían sino que imaginaban mundos nuevos. El pasado, para ellos, era pasado, lo que les interesaba era el futuro y descubrirlo desde el presente...
Dicen que si te pasas mirando fijamente los dibujos de las escapatorias del Paul Ricard, acabas escuchando la voz de Colin Chapman quejándose del árbol, de la familia, de la certeza y lo adecuado, de los cautos y de la madre que los parió a todos. ¡Habrá que probarlo!
Os leo.
Paul Ricard, hace 32 años, era el escenario del accidente que le cambió la vida a Frank Williams. Posiblemente vendría bien un "racconto" de su vida, o de su equipo, ... o de ambos. Podría haber sido a los 30 años, pero la F1 no corría en el Paul Ricard.
ResponderEliminar¿Irá Frank o le dejará a Claire con el bebé? No lo escuché nunca hablar de su accidente, pero sin dudas debe sentirse raro hoy.